Estaba relacionada con la maternidad de los dioses y de su triunfo sobre la noche.

La ciudad de Baelo Claudia se encuentra en el estrecho de Gibraltar, frente a Tánger, al fondo de la pequeña ensenada de Bolonia. Los restos encontrados muestran que la zona estuvo habitada entre los siglos II a.C. y VII d.C. aunque su esplendor decaería profundamente a lo largo del siglo III d.C. La ciudad, que era la salida natural hacia África, mantenía muchas relaciones con el otro lado del Estrecho aunque también comerciaba con otros puntos del Mediterráneo, tal y como demuestra la configuración del propio yacimiento. En esta línea, su comunicación con Roma y con Egipto —lo que nos resulta de gran interés para este artículo— fue fluida y en ello se manifiesta la existencia de un templo dedicado a Isis en la ciudad. 

Al este de los templos de la tríada capitolina —Júpiter, Juno y Minerva— se hallaba el santuario de la diosa Isis. La identificación de este templo se debe a que en el pie del primer peldaño de acceso se descubrieron dos inscripciones en forma de dedicatoria: “Isidi Dominae”.

Si hay una divinidad femenina que llegó a influir en la cultura del Mediterráneo, ésta no fue otra que Isis. Esposa de Osiris y madre de Horus, estaba relacionada con la maternidad de los dioses y de su triunfo sobre la noche. En Egipto se decía que ella enseñó la agricultura, que descubrió el trigo y que reveló muchas medicinas para curar a los enfermos. La representaban como una mujer coronada con cuernos y una luna. Los romanos tomaron este modelo y le añadieron elementos de su religión, apareciendo a menudo —en ambas culturas— con un niño entre sus manos, tal y como de nota su faceta de gran madre.  

Los romanos le atribuyeron, además, poderes sobre el mar, la fecundidad de la tierra y sobre los muertos. Su culto se hizo especialmente atractivo para las mujeres pues se relacionó con Juno Lucina, es decir, la diosa tutelar de los partos. Ciertos días al año la diosa exigía castidad y abstención de carnes y sus ritos, en los que participaban mujeres, se celebraban de noche. Los fieles debían purificar sus pecados bañándose en un río y dando la vuelta al templo de rodillas, solo los iniciados en su culto podían entrar en el templo y, al alba, este se abría para mostrar la imagen de la diosa a los fieles. 

Era la diosa de la magia, presidía las transformaciones de las cosas, de los seres y de los elementos ya que, en suma, se configuraba como protectora de los hombres ante los grandes misterios del universo. Su culto fue popular, entre otras razones porque la diosa daba a sus fieles la promesa de una eterna y feliz existencia ultramundana, prolongando su vida más allá de los límites fijados por el Hado. Esta serie de ideas parecen haber condicionado o influido en la posterior popularidad del culto cristiano en nuestra región.

Hay presencia de su culto en diferentes lugares de la Península Ibérica, tales como la Bética, el Valle del Ebro y Mallorca. El culto de esta deidad se extiende por otros territorios gracias a los puertos comerciales marítimos y, desde estos, se propaga al interior utilizando vías fluviales y las calzadas romanas. Se acepta, por lo tanto, con mucha facilidad en el mundo griego e itálico. 

En la Península Ibérica tenemos evidencias de la diosa a partir de la II Guerra Púnica (218- 202 a.C.), pero también aparecerá junto con otras divinidades egipcias como Anubis. Entre los pueblos prerromanos peninsulares esta divinidad no gozó de muchas simpatías y sus seguidores fueron, por lo tanto, itálicos romanos u orientales que se asentaron en la región a partir de ese momento. 

Al igual que con otras deidades o religiones, como la cristiana, el culto de Isis sufrirá persecución política ya que entre los años 58 y 48 a.C. el Senado ordena que se destruyan varios templos, estatuas y altares de la diosa debido a que esta era considerada una pervertidora y corruptora de la piedad. Su misterio levantaba sospechas y su simpatía entre los grupos humildes de la población hacía que se considerara su culto como un foco de futuros agitadores. 

Estas medidas no producirán los efectos deseados, puesto que desde el principio de la época imperial el culto isíaco avanzaría por nuevos territorios y empezaría a tener cierta consideración entre los grupos pudientes de la sociedad romana. Es por esto por lo que a principios del s. III la religión isíaca se convierte en una de las más importantes del Imperio. La popularidad de esta comenzará a descender a lo largo del s. IV debido a la expansión de otros cultos orientales y el ascenso al trono de emperadores cristianos. 

Creemos que, por lo tanto, resulta sumamente interesante ver cómo en nuestra tierra —Baelo Claudia— un culto egipcio, traído fundamentalmente por itálicos y orientales, parece haber tenido bastante popularidad durante la Antigüedad y cómo, posiblemente, las ideas de relacionadas con esta deidad pueden manifestar la interconexión de nuestra región con el resto del mundo Mediterráneo. Hecho que se constatará cuando en todo el marco grecorromano se asimile y adopte el culto cristiano en el que, posiblemente, esta y otras deidades hayan influido.

Bibliografía

Cebrián, Miguel Ángel. (2000). Creencias, símbolos y mitos religiosos: Isis y los Cultos Orientales. Museo Arqueológico Nacional. 

De la Sierra Fernández, Juan Alonso & Otros. Baelo Claudia. Cuaderno del Profesorado. Consejería de Educación y Cultura. Junta de Andalucía.

Martínez Maza. C & Alvar. J. (1997). Transferencias entre los misterios y el cristianismo: problemas y tendencias. En La tradición en la Antigüedad Tardía. Antig. Crist. XIV. Murcia. p 47-59.

Pecci Tenrero, Hipólito. (2004). Isis la Gran Maga, en Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, H. Antigua, 1.15, p 11- 26.

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Emilio Ciprés

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