El día en el que Samuel Beckett pide la liberación de Arrabal al franquismo es uno de los más bellos, perfectos y concretos en nuestra existencia pánica como país. Por ahí los franceses viven de amortizar sus propios desechos y venderlos a los papanatas posmodernos. Hay que meter cemento en la selva para hacer Brasilia. Y, ya luego, aceptar que pensar ya fue.

Como Borges, todos los hombres creemos vivir en el peor de los mundos posibles. Y los monstruos contemporáneos parecen empeñados de que así sea. Ni siquiera palidece la falsa esperanza que la realidad sea representada en el gran teatro de Samuel Beckett. Y es que escasea la cordura tanto como el amor o la ternura. Decía Truman Capote que muy pocos comprenden que amor es ternura: ternura, no piedad.

En el café de la juventud perdida se apura los últimos sicotrópicos. El autor vive en las catacumbas. El poeta está abandonado a su suerte en el mundo y el poema es un eco. Vive marcado por el principio de la inspiración. En nuestros sueños comienzan nuestras responsabilidades. La fidelidad es un acto de cinismo. Lo que verdaderamente cuenta es la actitud de conducta. Para lograr algo aproximado al arte hay que estar dispuesto a desangrarse y sobrevivir a la propia muerte.

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Daniel Vila

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