Este domingo pasado tuvimos la oportunidad de asistir, gracias a los organizadores de la presente edición del Festival de Intramuros, a la obra teatral La mar de lejos, de la compañía Tras el Trapo, bajo la dirección de Gaspar de La Zaranda, en la Sala Julián de Cuadra, en Jerez. La obra analizaba las dificultades específicas que encuentran las mujeres en sus recorridos migratorios. Hubo mucha crudeza poética, mucha verdad expresada en un andaluz impecable, rico en expresiones familiares de esas que hablan de silencios, y que viajan directamente de corazón a corazón: “Yo no digo ná, lo que digo eh que…”, “Pazá no paza ná, lo que paza eh que…”.
En el escenario, había mujeres actrices de su migración, mujeres pioneras mostrando su capacidad para encontrar soluciones paliativas ante los problemas del día a día: el agotamiento, la imposibilidad de dormir, el hambre… Eran caminantes perseverantes, capaces de reorientar sus pasos en busca de un norte siempre móvil, arriba, abajo, siempre más allá y más acá del camino recorrido; mujeres con una gran aptitud para moverse por los espacios marginales (ya sea la tierra o el mar) y para organizarse, estableciendo alianzas con otras viajeras, de un modo tal vez diferente a como hacemos los hombres, asumiendo las dudas y las inseguridades, reconociendo las contradicciones de sus aspiraciones y aprovechando toda esa aparente debilidad como motores para la marcha.
Además de las dificultades que debe afrontar cualquier migrante, las mujeres del escenario sufrieron el peso de la culpabilidad como madres, y el de la vergüenza causada por el maltrato, la humillación y los abusos de los hombres que obstaculizaron su camino. No, no pasó nada, ellas no dijeron nada, no acusaron a ninguna institución, no se quejaron, sino que…
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