La lengua de signos se hace oír: “Cuando empiezas a estudiarla, tu forma de pensar cambia”

Ana Isabel Casas pone en marcha la primera asociación educativa de las lenguas de signos en Chipiona con el fin de enseñar de forma altruista este idioma para el que “hacen falta intérpretes” en todos los ámbitos de la sociedad

Ana Isabel Casas, creadora de la asociación, junto a las alumnas que aprenden la lengua de signos en Chipiona.
Ana Isabel Casas, creadora de la asociación, junto a las alumnas que aprenden la lengua de signos en Chipiona. MANU GARCÍA

Una expresión vale más que mil palabras. El eterno silencio que envuelve a los oídos de las personas sordas es una barrera comunicativa para vivir en sociedad. Sufren y se aíslan impotentes. Muy pocos les entienden mientras otros tantos se esfuerzan por saber lo que quieren gritar. “Lenguas de signos, idiomas del alma, dos cuerpos callados, dos cuerpos que hablan”. Un tema de Macaco con Monsieur Periné reivindica que “todos los sordos hablan”. Su idioma es la lengua de signos española (LSE), reconocida como oficial en 2007, una herramienta que se echa en falta en muchos ámbitos.

En Chipiona, un grupo de mujeres alzan la voz con el fin de concienciar sobre la importancia de este idioma para la plena realización de los derechos de las personas sordas, “y no sordomudas, una palabra que les ofende”. Ana Isabel Casas, natural de Valladolid, pero afincada en el Sur desde hace 11 años, es una de esas personas que visibilizan los problemas comunicativos a los que se enfrenta el colectivo.

Ana Isabel durante la entrevista con lavozdelsur.es.
Ana Isabel durante la entrevista con lavozdelsur.es. MANU GARCÍA

Este 23 de septiembre se ha celebrado el Día Internacional de las Lenguas de Signos, en plural, porque “no es universal, en Francia hay una, en España otra e incluso en Andalucía y Cataluña, otra”. Apoyar la diversidad lingüística y cultural de las personas sordas y, sobre todo, dar a conocer la gramática que usan para relacionarse es el cometido de la asociación educativa de las lenguas de signos de Chipiona. Recién estrenada-“me dieron el alta en pleno confinamiento”- nace como opción para que jóvenes y mayores puedan aprenderla.

“Hace falta una persona que sepa la lengua en todos los oficios"

A Ana se le ocurrió esta iniciativa después de nueve años dando clases de lengua de signos de forma altruista. “Lo hago porque me gusta, me siento muy realizada”, confiesa la vallisoletana que lleva sumergida en este mundo desde pequeña. Su hermano es sordo y conoce esta lengua “de toda la vida”. Cuando se sacó la titulación, se ofreció para impartir clases y la Delegación de Igualdad le dio la oportunidad.

Desde entonces, no ha parado de darla a conocer allá por donde le han dejado. “Nunca se sabe si un familiar nuestro va a tener un hijo así y nosotros mismos nos podemos quedar sordos”, expresa sentada en una sala de la biblioteca municipal. Ana siempre ha defendido la inclusión de este lenguaje en los centros escolares como una actividad más y, en alguna ocasión, la ha enseñado al alumnado de varios colegios y a los mayores de las residencias. “A los niños les encanta”, asegura.

Algunas de las mujeres que aprenden la lengua de signos en Chipiona.
Algunas de las mujeres que aprenden la lengua de signos en Chipiona. MANU GARCÍA

Junto a ella, Celia, María del Carmen y Trinidad destacan la falta de intérpretes, tan imprescindibles para evitar la exclusión en los sistemas educativos o sanitarios. Por ello, piensan que cuántas más personas sepan lo básico, más fácil será la vida de este colectivo que necesita intérpretes para todo. “Hacen falta, tendría que ser obligatorio, no ya un intérprete, sino una persona que sepa la lengua en todos los oficios, en los Bomberos, en la Policía”, explica Ana, que más de una vez ha tenido que ayudar a la Guardia Civil para que entendiera a un sordo detenido. “Me dijeron que tenía intérpretes árabes o franceses, pero no de lengua de signos”, lamenta.

“Es muy difícil encontrar a alguien que sepa decir lo básico”

Durante la pandemia, se han realizado 2.714 servicios de interpretación en Andalucía, según los datos de la Consejería de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación. La crisis ha sido dura, no solo por la escasez de signantes. “Han tenido muchas dificultades con las mascarillas porque no pueden leer los labios”, dice Celia Rodríguez, chipionera de 19 años que aprende el idioma. Según comentan, “los sordos han estado muertos en la pandemia. Si nosotros lo hemos pasado mal, ellos peor”.

Celia cuenta su experiencia desde que se apuntó a las clases.
Celia cuenta su experiencia desde que se apuntó a las clases. MANU GARCÍA

Para Celia, “es muy difícil encontrar a alguien que sepa decir lo básico”. Le da rabia que las personas sordas sientan incomprensión constantemente. En su caso, ella se empezó a interesar cuando era pequeña y ya lleva cinco años practicándola. “Veía una serie de Disney Channel en la que salían personas sordas y tenía mucha curiosidad por entenderlas sin tener que leer los subtítulos”, cuenta la joven a lavozdelsur.es. Su afán era apuntarse a clases y empaparse de su gramática, pero no era fácil en la localidad. “Yo le decía a mi madre, quiero aprenderla, igual que el inglés, yo lo veo como una lengua más y no entendía que no tuviera esa posibilidad, me parecía impactante poder apuntarme a baile, pero no a una lengua diferente”. Las palabras de Celia resuenan en la sala. Tenía muchas ganas de conocerla y, desde entonces, no ha abandonado.

“Cuando empiezas a estudiarla, tu forma de pensar cambia totalmente”

La escasa oferta de cursos también llama la atención a María del Carmen Mellado, que considera que debe haber una mayor accesibilidad para descubrirla. “Tengo 37 años y no la he conocido en mi vida. No todo el mundo puede pagarse un curso”, añade la chipionera que siempre había mostrado interés. De pequeña veía cómo su hermana mayor aprendía alguna palabra que le enseñaba su amiga sorda. “Cuando empiezas a estudiarla, tu forma de pensar cambia totalmente. Vas mirando a tu alrededor y te das cuenta de la cantidad de personas sordas que hay”, comenta.

María del Carmen en un momento de la conversación.
María del Carmen en un momento de la conversación. MANU GARCÍA

Celia se encontró con una de ellas en una feria. Al ver que estaba intentando decir algo, se acercó a ella para ayudarla. “Necesitaba papel y no sabía si los baños estaban disponibles. Estaba super agradecida de que la entendiera y de poder comunicarse con alguien”, cuenta la estudiante sentada junto a María del Carmen, que también experimentó la alegría que siente el colectivo cuando se topan con vecinos conocedores de su idioma.

Ocurrió en el bar que regenta su pareja, donde suele encontrarse con grupos de amigos signantes. Siempre que se da la ocasión, ella y sus compañeras no dudan en tender la mano y poner en práctica lo que han aprendido. Más de una vez han sacado a personas sordas de un apuro, sobre todo, en entornos sanitarios.

“Aprender esta lengua debería ser obligatorio”

Una vez, María del Carmen entró al hospital con una madre y una hija para establecer la comunicación entre el médico y ellas. Lo mismo hizo Trinidad Martínez, sevillana de 69 años residente en Chipiona desde hace cinco. En el supermercado de su marido conoció a Manuela, una mujer sorda que “cada vez que iba a la tienda me contaba lo que le pasaba”. Sin conocer el lenguaje, se entendían. “Nada más que de estar con ella diariamente, algo se me pegaba”, explica la última alumna en incorporarse. Por eso, cuando Manuela le pidió si podía acompañarla al médico, accedió. “Como vea que una cosa es necesaria intento hacerlo lo mejor posible”, expresa con decisión.

Trinidad comparte sus vivencias en Chipiona.
Trinidad comparte sus vivencias. MANU GARCÍA

A Trinidad le tocan el alma las personas a las que la vida no se lo ha puesto fácil. Ella es una de esas luchadoras que no se rinden. Su hija nació en 1976 con una enfermedad rara “y he pasado lo habido y por haber con ella”. Es su experiencia la que le ha llevado a apuntarse a las clases. “Estoy muy concienciada, me llegan mucho las necesidades especiales de cualquier clase”, sostiene durante la conversación. Ella piensa que aprender esta lengua “debería ser obligatorio”, como el inglés que se enseña desde los primeros cursos.

Entre reflexiones y puntos de vista, al grupo le llama la atención que ni siquiera todas las personas sordas han tenido la oportunidad de estudiarla. Muchas no conocen la gramática y hablan por palabras. “Antes el sordo era el tonto del pueblo, lo llamaban el mudo”, lamenta Ana que una vez enseñó a una chica sorda que “sabía hablar, pero no la gramática”.

El grupo de mujeres de la asociación chipionera.
El grupo de mujeres de la asociación chipionera. MANU GARCÍA

La lucha por la inclusión late en esta pequeña asociación chipionera que anima al aprendizaje de la lengua de signos. Un reto en el que se embarcan para ser nexos de comunicación con un problema añadido. Antes de la pandemia, las clases se daban en la sede de la Delegación de Igualdad, sin embargo, ahora una psicóloga ha ocupado este espacio y no tienen donde ir. “Llevamos sin dar clases desde antes de la crisis. Nos da rabia porque no podemos seguir el curso y esto necesita una práctica constante”, manifiestan las alumnas que esperan encontrar pronto un lugar.

“Llevamos sin dar clase desde antes de la pandemia”

En España hay más de un millón de personas sordas y, de ellas, solo unas 70.000 utilizan la lengua de signos. Según la Federación Mundial de Sordos, en Europa el 0,15% es signante. En este contexto, la lengua se quiere hacer oír y a veces resuena en las interpretaciones de canciones que la asociación realiza en días especiales. “La cantante Rozalén está haciendo que mucha gente quiera aprenderla”, comenta Ana, que considera que “es un idioma muy bonito con el que aprendes a expresarte con los ojos y con la boca”.

Sobre el autor:

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Patricia Merello

Titulada en Doble Grado en Periodismo y Comunicación audiovisual por la Universidad de Sevilla y máster en Periodismo Multimedia por la Universidad Complutense de Madrid. Mis primeras idas y venidas a la redacción comenzaron como becaria en el Diario de Cádiz. En Sevilla, fui redactora de la revista digital de la Fundación Audiovisual de Andalucía y en el blog de la ONGD Tetoca Actuar, mientras que en Madrid aprendí en el departamento de televisión de la Agencia EFE. Al regresar, hice piezas para Onda Cádiz, estuve en la Agencia EFE de Sevilla y elaboré algún que otro informativo en Radio Puerto. He publicado el libro de investigación 'La huella del esperanto en los medios periodísticos', tema que también he plasmado en una revista académica, en un reportaje multimedia y en un blog. 

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