Educación segregada, una trampa ideológica del patriarcado

Desde Simone de Beauvoir sabemos que sexo y género no son lo mismo. La educación debe ser mixta.

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Miembro de la Asociación de Hombres Igualitarios de Andalucía. (A Rocío siempre, antes, después y luego)

Un aula de uno de los colegios públicos de Andalucía, en una imagen de archivo.
Un aula de uno de los colegios públicos de Andalucía, en una imagen de archivo.

Desde Simone de Beauvoir, que fue una escritora, profesora y filósofa francesa, feminista, luchadora por la igualdad de derechos de la mujer, que nació el 9 de enero de 1908  y murió el 14 de abril de 1986, a la edad de 78 años, sabemos que sexo y género no son lo mismo, y que  los roles de hombre y mujer son construcciones sociales que se transmiten de muchas formas, una de ellas, y muy importante, a través de la educación.

La Igualdad entre los sexos nos obliga a una educación que no diferencie en el acceso a la educación, en la escuela, ni en las materias objeto de estudio. La educación debe ser mixta, pues no solo ha de tener como fin enseñar, sino que al constituirse en uno los principales agentes socializadores, nos va a formar como personas.

El movimiento feminista lo entendió ya desde sus orígenes, y planteó como uno de sus objetivos, la educación como un eje primordial para la igualdad, que saber es poder, y una cuestión fundamental para las mujeres.

Así Mary Wollstonecraft en Inglaterra escribe en el año 1792 en su obra Vindicación de los Derechos de la Mujer, que la clave para superar la subordinación femenina era el acceso a la educación. Y que mediante esta las mujeres podrían además desarrollar su independencia económica mediante el acceso al mercado de trabajo.

La segregación en los colegios es una forma de discriminación inaceptable, más si esta se produce con fondos públicos como en nuestro país, y al amparo de una institución religiosa. La mayoría de los 170 centros que segregan en España están vinculados a la Iglesia católica, y a organizaciones como el Opus Dei o Legionarios de Cristo, exponentes de un modelo de sociedad patriarcal, que son los propietarios del 80% de los centros educativos que segregan en nuestro país.

Los defensores de esta educación, suelen argumentar que no separan a niños y niñas por motivos religiosos, o ideológicos, sino porque maduran a un ritmo distinto, porque sus necesidades son diferentes, y que de esta forma se aprovechan mejor sus potencialidades, y se mejoran los rendimientos. Que las diferencias de sexos en el aula hacen que se formen dos bandos, dos culturas y eso genera dificultades a los chicos y chicas para expresarse con naturalidad.

Nuestra sociedad afortunadamente es cada vez más plural, y diversa, y la lucha por la igualdad se ha convertido en uno de los ejes transversales de la misma, estando más presente que nunca en ella, y ello a pesar de los intentos de retroceso planteados por las fuerzas conservadoras. El mundo avanza hacía una sociedad diversa y compleja, por mucho que les pese, en la que deberemos aprender a convivir e interactuar con personas de diferente procedencia, creencias, raza, orientación, y sensibilidad.

En este sentido es preciso que la escuela asuma el objetivo de  la igualdad real entre mujeres y hombres, no como un área  o materia curricular más, sino como un fin programático a seguir en todas sus actuaciones. Los colegios que segregan, lejos de contribuir a ese objetivo, promueven una sociedad desigual, diferenciada por sexo y género, educando para que niños y niñas no se vean como iguales, sino diferentes, fomentando las diferencias y jerarquías.

En este sentido es bueno recordar que enseñar distinto ha sido siempre una de las formas de mantener las desigualdades. El régimen franquista lo tuvo muy presente, y entre sus objetivos estuvo la segregación por sexo en todos los estamentos, y aspectos de la vida, incluida la educación, potenciando la jerarquización entre los géneros, la superioridad del hombre, y la relegación de la mujer a posiciones subordinadas.

Las diferencias no se resuelven separando, sino mostrándolas, y tratándolas en el aula. Separando a los niños de las niñas los comportamientos machistas o violentos, las actitudes pasivas o subordinadas, se vuelven invisibles, y por tanto intratables en una educación segregada. Las desigualdades han de ser visibilizadas para que se puedan combatir, afirma la socióloga Marina Subirats. La segregación contribuye al desconocimiento y la desconfianza, entre un alumnado, a esas edades ávido de conocimientos.

La coeducación no es la igualdad, pero si es el camino más seguro y eficaz para alcanzarla. Un recorrido que sigue estando lleno de obstáculos, prejuicios, estereotipos y arquetipos mentales y estructurales, como ponen de manifiesto, la poca proporción de mujeres en carreras y profesiones técnicas, o el distinto nivel de empleo ante similar nivel de formación.

Es necesario introducir el concepto de género y rol en los currículos educativos. Y este es el paso que no se quiere dar por aquellos, que bajo nuevas apariencias, defienden las bondades académicas de la escuela segregada, y les gustaría extenderla a todos los ámbitos educativos, en edades, de educación infantil, primaria, y secundaria, donde curiosamente se está cociendo la formación de los futuros ciudadanos y ciudadanas. Capitalismo, y patriarcado, se juegan mucho.

Ya sobre mediados de los años sesenta el movimiento feminista empezó a cuestionar un modelo educativo, donde lo masculino prevalecía sobre lo femenino, y las principales aportaciones teóricas se formularon con la incorporación de dos importantes conceptos: el androcentrismo y el binomio sexo-género.

El androcentrismo es la visión e interpretación del mundo desde la perspectiva de los hombres, y el sistema sexo-género, es una de sus manifestaciones más visibles. Sistema por el que se atribuyen distintas características y roles a mujer y hombre.

Sobre esta diferencia biológica se construyen socialmente las identidades masculina y femenina, y se reservan una serie de estereotipos para las mujeres (pasivas, sensibles, serviciales, dependientes, ordenadas,  competitivas entre sí...), y para los hombres (activos, competitivos, ambiciosos, independientes, fuertes, proveedores...).

Si observamos este modelo y lo trasladamos a la educación, vemos que las alumnas siguen estudiando unas materias en las que los personajes masculinos son los que han creado, inventado, filosofado, pintado, escrito, luchado...En definitiva, los grandes logros de la humanidad a lo largo de la historia merecedores de ser estudiados, han sido protagonizados por hombres, y la mujer en ellos no existe.

Se trata de un mecanismo perverso, y subliminal, de decir a las mujeres que ellas no han aportado nada a la humanidad, y  por tanto no son dignas de ser incluidas en los libros y textos de estudio. De esta forma se transmite un mensaje, una ideología que sitúa en planos distintos a hombre y mujer.

Esta ideología está presente no solo en los contenidos curriculares, sino en la organización, la ocupación de los espacios, con lugar preeminente para el fútbol acaparado por los niños, las interacciones en el aula, y un lenguaje no inclusivo, con toda la fuerza simbólica que este tiene para interpretar el mundo a esas edades.

La respuesta a este modelo sexista, a esta escuela del patriarcado, como sin temor a equivocarnos podemos llamarla, que perpetua desigualdades, y fabrica discriminación y machismo, es la coeducación, transformando las escuelas en espacios de convivencia y diversidad, lugares donde se pueda reflexionar sobre la desigualdad, no escondiéndola como sucede en la escuela segregada, sino visibilizándola para combatirla. Una escuela donde alumnos y alumnas puedan encontrar instrumentos de crítica y de conocimiento para interpretar la realidad en su conjunto, y no solo desde la óptica masculina que impone la sociedad.

Una escuela libre, y no encorsetada en contradicciones, estereotipos, y represiones, diversa y distinta pero igual en derechos y garantías. Una escuela que forme personas que sean capaces de convivir en el respeto y la convivencia, más allá de los resultados académicos, y la tan buscada salida laboral. Una escuela de igualdad, dignidad, y futuro.

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