Una madre sujetando a su niño en una foto de archivo.
Una madre sujetando a su niño en una foto de archivo.

"Mi último parto fue de gemelas. Cuando la matrona se lo dijo a mi marido, lo único que dijo fue que yo era una coneja, que cómo se me había ocurrido tener dos más si ya teníamos cuatro. Se enfadó tanto que no vino a verme hasta el día siguiente del parto. ¿Y yo qué culpa tenía? ¡Ni que las niñas me las hubiera hecho el Espíritu Santo! ¡No lloré yo nada al ver que pasaban los días y ni se acercaba a la cuna! Pero qué le vamos a hacer, hija, así son los hombres". La peluquera asiente con la cabeza mientras le sigue enrollando, mechón a mechón, unos bigudíes pequeñitos para hacerle la permanente. 

Cuando la anciana se va, le digo a Noelia que me ha provocado mucha tristeza escucharla y ella me da la razón. "Pero fíjate, a pesar de lo que ha pasado, tras la muerte del marido, ella dejó de salir. Solo viene a la peluquería cada dos o tres meses y al médico". La pena se agranda en mi pecho. ¡Cuántas mujeres viven presa de los mandatos de género que esta sociedad les grabó a fuego durante siglos!

El 25 de noviembre se conmemora el Día Contra la Violencia de Género. Y hay una violencia especialmente lacerante por lo que de invisible y silente tiene: la violencia contra las mujeres mayores.

Existen pocos estudios que aborden la violencia de género y la discriminación de las mujeres en la vejez. Tampoco las campañas de sensibilización contra esta lacra tienen como protagonistas a las mujeres mayores. Y no es porque no la sufran, al contrario, según un estudio realizado por la Cruz Roja Española con el apoyo de la Universidad Carlos III sobre las mujeres mayores de 65 años, estas experimentan una mayor discriminación que las jóvenes y, por supuesto, que los hombres mayores, sino porque con la edad, las mujeres se convierten en invisibles para la sociedad.   

Ser vieja es un estigma. Nuestros cuerpos ya no son deseables ni pueden parir. Apenas hay papeles en el cine para las mujeres mayores. Y, aunque cada vez hay más mujeres que viven una vejez plena, libre y productiva, siguen siendo muchas las que no pasan de ser las abuelas cuidadoras a las que se tacha de tontas, torpes o incapaces y sobre las que se ejerce un paternalismo propio de quienes se creen en un estatus superior a ellas (llámense los hijos e hijas que, a menudo, olvidan que fueron ellas quienes los educaron y cuidaron).

Las mujeres mayores tienen más interiorizado que las jóvenes la violencia de género, no ven alternativas —siempre ha sido así—, en muchos casos no pueden independizarse de sus maltratadores porque no tienen independencia económica, temen a la familia, a no ser creídas, a acabar solas… Por eso, recurren en menor medida a los servicios sociales (muchas no saben ni que existen) lo que desvirtúa las estadísticas: solo un 8,5% de mujeres mayores de 65 años afirman haber padecido violencia de género frente al 16,1% de las que tienen edades comprendidas entre los 16 y los 64 años. Conociendo la realidad, ¿alguien se cree estas cifras?

En el estudio realizado por la fundación Help Internacional España titulado ‘Violencia contra las mujeres mayores’ se concluye que la violencia padecida por las mujeres mayores es una violencia estructural que, arrastrada durante años, provoca un desgaste físico y mental importantísimo. 

Las mujeres mayores tienen interiorizados los roles de género mucho más que las jóvenes. La gran mayoría se emparejó en la época del franquismo cuando se decía eso de ‘en casa y con la pata quebrada’ o en los albores de la democracia cuando aún no se tenía conciencia de la discriminación que sufrían las mujeres (no se veía como tal el hecho de tener que abandonar el trabajo cuando se casaban o el no poder abrir una cuenta bancaria sin la firma del marido, entre otras cuestiones). En esa época, estaba normalizada la violencia de baja intensidad (y la de alta, y si no, recuerden eso de ‘la maté porque era mía’ ) o las actitudes denigrantes: estás loca, eres tonta, no sabes hacer nada, cállate y no digas más pamplinas… Y todo ello se sufría de puertas para adentro: los trapos sucios se lavan en casa. 

Y aunque hemos avanzado mucho, la condena de la violencia de género, a diferencia de lo que ocurre con la que se hace del terrorismo, no solo no es unánime, sino que para muchos es innecesaria porque no existe y es solo un invento de las feminazis. Un invento contra el que se revuelven de manera furibunda, y si no, vean los retrocesos que se están produciendo en los ayuntamientos donde gobierna el PP y Vox o los vídeos de los altercados de Ferraz en la que los manifestantes de ultraderecha llevaban muñecas hinchables al grito de ‘estas son las ministras del PSOE’. Unos angelitos…

Las mujeres tienen una esperanza de vida mayor que los hombres y, sin embargo, tienen peor calidad de vida porque están más expuestas a sufrir pobreza, violencia, discriminación y soledad cuando son mayores. Vivimos más, pero en peores condiciones. Y es necesario poner el foco en esta realidad.

Por eso, el Día Contra la Violencia de Género, y el resto del año, escuchemos a nuestras mujeres mayores. Oigamos lo que no dicen, pero sus cuerpos gritan en forma de enfermedad o de dolores, ayudémosles a superar esas ideas que las condenaron a ser un mero apéndice del marido, a romper su aislamiento, su miedo al fracaso, a la soledad, a ser juzgadas por su propio entorno si sacan los pies del plato... Y si de esa ayuda no se puede derivar una ruptura con el maltratador —no siempre se puede, la dependencia económica y las propias trabas personales son un hándicap importantísimo a ciertas edades—, al menos, vigilemos que no las machaquen. Bastante machacadas han estado toda la vida, ¿verdad, abuela? 

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