Apuntes sobre la poesía de Juan Ramón Jiménez, el andaluz más universal

Jiménez ejerció siempre un magisterio no siempre bien comprendido, incluso en uno de sus mejores discípulos como Cernuda

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“Juanramonianos que no estáis en el mundo”, con esta frase solía despachar cierto adocedanamiento en mi adolescencia, tiempos difíciles, recalcaba entonces algo que después -y qué efectivas las vacunas en la infancia- la experiencia me ha confirmado: el rechazo al gremialismo, la beatería y sacerdocio de cualquier arte, con sus grados y acólitos. El ensimismamiento, el abandono de la realidad, cierta mística boba con su Jeremías - Internet los ha multiplicado-, todas aquellas cosas que me repelían y aún hoy me repelen.

Lector desde muy joven, de todo lo que cayera en mis manos del "andaluz universal", al que he dedicado muchas horas, no era Juan Ramón Jiménez nada de lo señalado anteriormente. Entre los libros y autores que desde la infancia me acompañan, y acompañarán hasta el final, está la obra y la figura de Juan Ramón Jiménez. Aunque no me gusten las listas, las excelencias y la beatería, siempre creí encontrarme, y el tiempo no cesa de confirmármelo, que, como decía Octavio Paz, suele a veces parecernos caprichoso pero a la larga nunca se equivoca, ante una de las cimas de la poesía de todos los tiempos, porque no siempre Juan Ramón Jiménez fue entendido y apreciado en ese lugar en la poesía europea y mundial, el lugar que a su obra magistral en todos los sentidos le corresponde, actual y abierta.

Fue realmente como él se quiso, “un andaluz universal”, en su labios, en su canto y su obra a la tierra que le vio nacer y su rica tradición, a diferencia de tantos otros, aun con el amplio y extraordinario conocimiento crítico que tuvo de numerosas lenguas y culturas literarias, que a algunos molestó por su sagacidad y honestidad critica. No tendríamos hoy de igual forma la obra de Lorca o Cernuda sin su magisterio.

Las huellas de las formas perdidas, Juan Ramón Jiménez nos compromete en la distancia infinita hacia la fusión, el carácter y esquema de su obra es esencialmente dramático, merced a esto, su poesía preexiste a los términos, de la pasión de la obra por la obra, de la alta conciencia de los límites como punto de partida y retorno. Allí donde la oposición no opone, sino que yuxtapone, su angustia es una perspectiva del ser humano, es su oscuro fondo el que busca la luz que crea sus certidumbres, el espacio indeciso, el perpetuo desvío.

Jiménez, que partió en su escritura de estados de ánimo hundidos en los paisajes de la infancia, sus paisajes esenciales de siempre, su vaguedad y melancolía con los ecos de Verlaine y Laforgue, nunca se descompuso

Jiménez, que partió en su escritura de estados de ánimo hundidos en los paisajes de la infancia, sus paisajes esenciales de siempre, su vaguedad y melancolía con los ecos de Verlaine y Laforgue, nunca se descompuso, siquiera su aparente colorismo llega a reforzarse en sus comienzos, con un fuerte asidero en los cancioneros populares del siglo XVI. Juan Ramón Jiménez daría la impresión final de estar ante una escritura colmada de ritmo.

Depuración y asombro

Lo que él buscó fue siempre una depuración, un vaciamiento, como una ciega precipitación hacia el asombro, su vida fue un continuo desprendimiento en su escritura a través del compromiso, esfuerzo por agotar el ritmo y extenderse sobre el refugio de lo indecible; ser pleno e íntimamente en la totalidad, sus nombres impronunciables, su ser escrito dramatizan toda su obra excepcionalmente. Los verdaderos libros son libros de luto que sobreviven al tiempo.

La fuerza de la imaginación poética de Jiménez no podía llevarle por otros caminos que los que transitó desde el comienzo de su madurez hasta el final. Esa imaginación le hacía rechazar con gran naturalidad el artificio en su escritura; quizá no haya escritor en Europa que lo haya rechazado con tanta honestidad, de ahí sus formas libres, el abandono de los metros tradicionales que había mostrado en sus comienzos, la conciencia extrema de su tarea, el no descansar nunca sobre lo ya conseguido lo hacen un referente siempre actual.

La sutileza de sus metáforas lo vuelven a los suyos, a los poetas arabigoandaluces, expresión de experiencias recónditas con declaraciones alusivas. Jiménez convence por su melodía del discurso y los límites de su conciencia. Pero hay algo más, la fuerza que la reflexión final de la obra le da a sus pasiones, no intenta nunca reconciliar los elementos del lenguaje, sino que entablece un infinito ante ellos, un lejano esfuerzo hacia sí mismo, encuentra su coherencia en una visión intima y trágica de la existencia, convocatoria de abrirse y aclararse, allí donde se interrumpe el canto de los dioses comienza el canto trágico del hombre, como bien recordó Holderlin.

Jiménez vio en su infancia una comunión y una alianza, una semilla alada que regresaba, un pensamiento que buscaba su propia borradura, realmente no vamos hacia las cosas y expresiones, sino que siempre estamos volviendo. Su obra llegará a conseguir elementos que no siempre han sido bien entendidos, una regreso a formas libres y abiertas desde su tradición, una abierta y perenne musicalidad semántica.

Enseña a dios a ser tú. Se siempre solo con todos, con todo, que puedes serlo./(Si sigues tu voluntad, un día podrás reinarte solo en medio de tu mundo)./Solo y contigo, más grande, más solo que el dios que un día creíste dios cuando niño.

De La estación total. 

Es difícil siempre una actitud crítica en algo tan sustancial como la poesía. Sólo los supuestos críticos opinan con sus falibles armas profesionales y sientan unos criterios, por otra parte discutibles, pues la poesía es el reino de la excepciones y siempre nos acaba sorprendiendo.

La verdad de su palabra

Cualquier arte es una vocación interior absorbente, afortunadamente, los maestros de este oficio están en las estanterías de nuestras bibliotecas siempre dispuestos a enseñarnos, siempre dispuestos a dialogar con todos.

Al acercarnos a la obra de Juan Ramón Jiménez hay que hacer una pregunta por la verdad de su palabra. En su extraordinaria obra, entre las mas valiosas del siglo xx, retoma una idea central del romanticismo cual es la rehabilitación de nuevo para las artes de la posición clave del poetizar.

Jiménez es lector ideal de su obra, obra de recitación interna, su palabra poética es esencialmente palabra contra la muerte. Desde sus comienzos no hay progresión horizontal sino un movimiento en torno a un centro, ese centro es la insobornable unidad de su obra por encima de etapas o periodos, escribe como si fuera lo último que tiene que decirnos, sus comienzos también eran postrimerías. Nos dice que todo canto, toda escritura, por difícil que nos parezca busca al mismo tiempo la encarnación y la sed de inmortalidad, conciencia extrema de sentido artístico.

Jiménez ejerció siempre un magisterio no siempre bien comprendido, incluso en uno de sus mejores discípulos como Cernuda

En su obra encontramos todavía los rastros de planteamientos vitales inmersos en las grandes metáforas de lo poético, dominio para circunscribir el lenguaje a un libro ámbito de autorreferencias, exigencia crítica hacia el lenguaje, esa fuerza de una ausencia, es la raíz de la experiencia religiosa y la búsqueda de lo absoluto en poesía. Conflicto con el lenguaje, con los usos de comunicación, quiere vivir las metáforas pragmáticas de la eternidad, su vida es el desciframiento de un libro bajo la lógica esplendorosa de su argumentación.

Ese libro quizá ya estuviera escrito, de ahí su esfuerzo en llevar al lenguaje a su mas alto nivel de expresión. Alienta su escritura la eternidad en aquello en lo que se ha detenido, es belleza y absoluto, entrega a una permanencia en el tiempo del destino. Uno de los estados fundamentales de toda su filosofía es la obra de arte como una parálisis del instante, lo entretiene fuera del devenir, lo mantiene sin porvenir.

Apreciamos en su carácter y conductas aquella soledad ontológica del acto creador. Jiménez ejerció siempre un magisterio no siempre bien comprendido, incluso en uno de sus mejores discípulos como Cernuda, quien también sufriría lo mismo, y al que le debe esa difícil conquista ética personal, que admirablemente mostró en un artículo publicado tras la muerte de Juan Ramón Jiménez, finalizando ese comentario con estas hermosas y ejemplares palabras:

Agradécelo, pues, que una palabra

Amiga mucho vale

En nuestra soledad, en nuestro breve espacio

De vivos, y nadie sino tu puede decirle.

A aquel que te enseñara a dónde y cómo crece:

Gracias por la rosa del mundo.

Las última etapa de Juan Ramón Jiménez se crea como idea desgarradora de ofrenda a sus raices; la del dominio de sí mismo y de su obra. Frente a la tumba de Zenobia, quizás ya escribe como hablaba su madre. Fidelidad a un mundo en todos los sentidos, en el uso de símbolos e imágenes y de sutiles y precisas metáforas, en su radical política de vocablos, en las cumbres y las depresiones del acontecimiento de un destino irreductible.

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