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[Al escribir sobre las II Jornadas de Uso del Espacio Público y ser miembro de la Asociación Cultural El Arrabal de San Miguel, he de aclarar que la opinión aquí vertida es personal y no consensuada con la asamblea de dicha asociación].

Hay muchas formas de hacer ciudad y muchas maneras de afearla. Sobre lo feo y lo bonito hay mucho escrito a lo largo de la Historia. Sobre Estética también. La Historia de la Estética (que por cierto no es la historia de lo bonito y lo feo), así como la de la Filosofía, del Arte o cualquier otra rama, no es neutra, dejémonos de engañar y de engañarnos. La Historia es la Historia de las relaciones de poder, y la ideología no puede ser separada de ésta. Si un historiador o historiadora os dice que es objetivo, desconfiad. “Traduttore, traditore” (“traductor, traidor”), reza un famoso proverbio italiano, extensible a la Historia.

Recogiendo los estudios de Estética Modal, llevamos el concepto de los modos de relación a nuestra forma de entender la ciudad y describimos a ésta como el marco en el que se dan una serie de relaciones, no sólo entre individuos, sino también entre los individuos y el medio en el que estos viven. La estética, por definición, aunque difícil de consensuar, viene a consistir en los estudios filosóficos sobre la problemática de la sensibilidad y el arte, no dando unas directrices a seguir e invitándonos a pensar y cuestionar. Esto, tal como nos dice Jordi Claramonte, hace de la estética una disciplina incluída dentro de la filosofía práctica, “porque aquello que exige de sus cultivadores no es una callada y sumisa recepción, sino que es siempre un quehacer, un despliegue práctico”.

Por otro lado, si nos desplazamos al concepto de Patrimonio, queda bastante pobre el que acotemos el campo de éste a aquello que nos puede parecer bonito o feo, o a aquello que se puede ver o tocar. En los tiempos que corren, hay quienes parecen entender el Patrimonio sólo como “aquello delante de lo cual me puedo hacer un selfie”. Los oficios, las formas de relacionarnos entre los seres humanos, las fiestas, los rituales, los saberes, la gastronomía, los modos de expresión, todo eso también forma parte del Patrimonio, y se llama Patrimonio Inmaterial o Intangible.

Es por todo ello que me causa indignación que en estos días, en plena calle primero, y en redes sociales posteriormente, haya sido criticado, de la forma en que lo ha sido, el trabajo de decoración de las calles del barrio de San Miguel para las II Jornadas de Uso del Espacio Público. Por supuesto que puede gustarte o no gustarte estéticamente este trabajo y que debemos aceptar todo tipo de críticas, pero hechas éstas desde el respeto y el saber comunicarlas. No podemos aceptar que se nos acuse de afear la ciudad, cuando esta acusación se hace en tono despectivo, déspota, a voces y con insultos (en la primera versión, la de la calle), llamándonos entre otras cosas “terroristas del patrimonio”, todo ello por colgar unas telas a modo de decoración entre farolas y balcones alrededor de la iglesia de San Miguel (“catetismo”, en voz de este ilustre). Gritar e insultar en plena calle a unas personas que no paran de trabajar por conseguir recuperar el patrimonio inmaterial asociado a las formas de vida propias de nuestra ciudad, eso sí, amigo historiador, es afear la ciudad. Posteriormente, en redes sociales, obviando todo tipo de contextualización, se vuelven a publicar fotografías de la decoración llevada a cabo para tales jornadas (por cierto, decoración que a la mañana siguiente de concluir las jornadas ya no se encontraba estorbando las fotos de turistas), acompañando al siguiente texto “al llegar a San Miguel me encuentro a un grupo de personas jóvenes poniendo colgajos y trapos de colores en la calle y delante de nuestro maravilloso templo afeándo totalmente la estética de un lugar emblemático como ese”, invitándonos después “a hacer las cosas bien o no hacerlas”.

Con las Jornadas de Uso del Espacio Público no se pretende hacer otra cosa que crear lugares de encuentro entre las distintas personas que conformamos la ciudad para que las relaciones entre éstas vuelvan a ser más colaborativas, solidarias, respetuosas, para que éstas se vuelvan a encontrar y a conversar, a crear juntas la ciudad y a no asumir la derrota de la ciudad perdida (y más tratándose del centro histórico). En Jerez, la protección patrimonial actúa sobre el conjunto del centro histórico, más allá de los edificios considerados BIC u otros de especial protección. El que el conjunto de su centro se considere objeto de protección se debe, entre otros motivos, a esos bienes intangibles asociados a sus formas de vida que antes describíamos, lo que se llama protección por carácter etnológico. Por ejemplo, por estas tierras es costumbre presumir de la luz del sol, siendo sus casas bastante oscuras. Esto se debe a que gran parte de la vida se hacía en la calle y en los patios de vecinos, lo cual conlleva unas formas de entender las relaciones bastante distintas a las que actualmente estamos dejando en herencia. Las entrevistas antropológicas realizadas a las personas de mayor edad vecinas del barrio, nos revelan al barrio como un barrio alegre, siendo esta característica la primera con la que la definen. Esto, sin dudas, es fruto del recuerdo de estas personas, pues ahora, a lo sumo, en la Plaza de San Miguel lo que se puede encontrar es a un grupo de turistas fotografiando su portada. Quizás prefieran esa estampa, junto a la de coches pasando contínuamente por delante del sagrado templo, antes que ver a niños y niñas corriendo, pintando, jugando... lo que viene a ser viviendo. Y, posiblemente, después nos quejemos igualmente de que estos niños y estas niñas están todo el día con el ordenador, la tablet o el móvil en la mano.

Por último, añadir que dar vida a los espacios es aprender a convivir con ellos, disfrutarlos y vivirlos, lo cual hace que aprendamos a conservar nuestro patrimonio, a valorarlo, a quererlo. Lo otro, es hacer de la ciudad un no-lugar más, un supermercado en el que las luces apuntan a los objetos de consumo. Si conseguimos que todo el mundo sienta el espacio público y los bienes patrimoniales como suyos, como los lugares de encuentro y de compartir que deben ser, conseguiremos que estos espacios sean cuidados, aunque, quizás, prefiramos poner a un agente del orden en cada esquina vigilando en nombre del Bien.

Pero bueno, que si simplemente de lo que vamos a hablar es de afear la ciudad, vuelvo a remitirme al mismo comentario que hacía antes: gritar, insultar y no valorar el trabajo de quienes intentan hacer de la ciudad un lugar agradable en el que convivir, eso, amigo historiador, es afear la ciudad.

PD: Cada día encuentro más real la sociedad que describieron Orwell en 1984, Huxley en Un mundo feliz, y Bradbury en El Peatón. Seguiremos peleando porque la realidades de tales obras maestras de la distopía no se vean consumadas.

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