Crónica a bordo del 'Astral', el velero de Proactiva Open Arms.
 

El 4 de octubre murieron 32 personas. Ese día, los socorristas de la ONG española Proactiva Open Arms se encontraron literalmente solos en alta mar. Solos para hacer frente a una decena de pateras con entre 120 y 150 personas a bordo cada una. Solos también para rescatar a otras mil personas que viajaban en una barcaza de madera de tres pisos.

19 horas duró la operación de rescate de esas 2.200 personas. 19 horas que dan buena cuenta de la situación límite que se vive frente a las costas libias y son un ejemplo elocuente de la importancia vital –y aquí el adjetivo vital adquiere su significado literal– que tienen las organizaciones de ayuda humanitaria que actúan en la zona. Astral, el velero de Proactiva Open Arms, llegó a la zona SAR (Search and Rescue) del Mediterráneo Central a principios de julio.

El 4 de octubre la jornada arrancó en plena madrugada, aún no eran las 5 de la mañana, con la visita inesperada de los guardacostas libios al Astral, que se encontraba ya en aguas territoriales libias, a unas once millas y media de la costa. Los guardacostas llevaban a bordo de su lancha a 16 personas que, según dijeron, acababan de rescatar de un naufragio, a pesar de que sus ropas estaban secas. La tripulación del Astral las subió al velero mientras los militares daban órdenes de seguirles para rescatar a otra embarcación. Una de las dos lanchas rápidas de Astral salió tras ellos y, a pesar de que se acercó unas cuantas millas más a la costa, no encontró el objetivo. La otra lancha de rescate, que salió por su cuenta, sí encontró una pequeña barca de madera con unas 30 personas a bordo, aún lejos del velero.

Empezaba a clarear cuando los nueve miembros de la tripulación, con el capitán Riccardo Gatti al frente, se dieron cuenta de que aquella iba a ser una jornada aciaga: el Astral solo tiene capacidad para embarcar a unas 150 personas, pero en el agua, a esas alturas, ya había miles. El goteo de pateras fue continuo a partir de ese momento. Algunas, con el motor estropeado, tuvieron que ser remolcadas por las lanchas de rescate. Para tenerlas a todas custodiadas, los socorristas a bordo de las lanchas rápidas las iban agrupando en torno al velero. Mientras, iban en busca de nuevas embarcaciones a la deriva. Había que esperar a que llegara alguno de los barcos grandes de salvamento para trasladar a esas miles de personas hasta ellos. Pero ese día el resto de ONG que actúa en la zona estaban viajando hacia Sicilia para llevar a tierra a las más de 6.050 personas rescatadas el día anterior. La única opción era esperar e intentar que no se ahogaran los que en ese momento estaban en el mar, sin chalecos salvavidas, sin agua, sin comida, amontonados en pateras bajo un sol de justicia y un calor asfixiante.A bordo del velero subieron los bebés y los niños con sus madres, cuatro mujeres embarazadas y un menor de 12 años de Costa de Marfil que viajaba solo. Mientras, en el agua, la situación se complicaba. Las lanchas rápidas remolcaban una barcaza de madera de tres pisos que habían encontrado a diez millas de la costa.

El timón estaba estropeado y el motor, inservible. Cuando ya habían logrado acercarla a la zona donde se encontrabaAstral, se oyó por radio “¡Fuego a bordo!”. Hablaba el patrón de una de las lanchas rápidas, Gerard Canals. “Guillermo está dentro, hay que sacar a Guillermo de allí”, decía. Guillermo Cañardo, médico a bordo del Astral y también socorrista, había subido a la embarcación para tratar de arreglar el motor. Otro de los voluntarios, el marinero Toni Fiol, que también había subido, ya había conseguido saltar al agua. También el socorrista Marcos Chércoles había logrado salir. Pero Cañardo continuaba dentro, intentando controlar una situación que se escapaba a todo control.

La gente entró en pánico, los que viajaban en el último de los tres pisos de la barcaza, en el fondo, intentaron huir despavoridos hacia cubierta y la embarcación empezó a perder la precaria estabilidad que mantenía. Fueron minutos agónicos en los que la barcaza estuvo a punto de volcar. Cañardo logró salir de allí saltando a una de las lanchas que se había abarloado a la enorme barca de madera, de entre 12 y 14 metros de eslora y otros cuatro de profundidad, que, milagrosamente, recuperó la estabilidad.

Los seis socorristas, tres en cada lancha, lanzaron al agua todos los objetos flotantes a su alcance. Hasta bidones de gasolina vacíos. Hacía horas ya que el capitán del Astral había pedido ayuda por radio. Un avión de la marina española, integrado en Sophia, la operación de la UE contra el tráfico de personas en el Mediterráneo Central, en marcha desde octubre de 2015, se acercó para lanzar pequeñas lanchas salvavidas y botellines de agua.A las 12 y media del mediodía, llegó por fin a la zona la nave Libra, un buque de guerra italiano. Los socorristas pudieron empezar a evacuar las embarcaciones que rodeaban el velero. Con el paso de las horas, las corrientes marítimas habían ido llevándose las embarcaciones hacia la costa: el rescate se llevó a cabo a menos de siete millas de las playas libias, en sus aguas territoriales. Los guardacostas libios no intervinieron, sin embargo, en la operación de salvamento –sus medios son limitadísimos–, aunque tampoco actuaron ante esa intromisión en territorio soberano.

A bordo del velero subieron los bebés y los niños con sus madres, cuatro mujeres embarazadas y un menor de 12 años de Costa de Marfil que viajaba solo. Mientras, en el agua, la situación se complicaba. Las lanchas rápidas remolcaban una barcaza de madera de tres pisos que habían encontrado a diez millas de la costa.

Evacuar una barcaza de madera lleva horas. Las lanchas cargan a unas 25 personas en cada viaje hacia los barcos grandes y, a cada vuelta, la cubierta parece tan llena como en el anterior. La gente viaja hacinada, distribuida en tres pisos: en el fondo, por debajo del motor, se amontonan los que han pagado menos, unos 300 dólares por el pasaje; arriba, en la cubierta, los que han pagado mil. 

El 4 de octubre la evacuación de la barcaza no finalizó hasta la noche. En el fondo, aparecieron los cadáveres de dos hombres y una mujer. Muertos a sumar a los otros 29 que los socorristas encontraron tras rescatar una de las muchas lanchas neumáticas que ese día salieron de Libia: 19 mujeres y diez hombres muertos asfixiados bajo el peso de los supervivientes o ahogados en el palmo de agua que acumulan las lanchas en sus suelos. La lancha, de unos 15 metros, iba demasiado llena, mucho más sobrecargada de lo habitual. En su interior viajaban hacinadas unas 200 personas.Los guardacostas italianos, desde el centro de control de Roma, dieron órdenes al Astral de que recuperará la lancha con los cadáveres. Más de 24 horas la remolcaron hasta que un barco de la marina italiana pudo acudir y llevar a los muertos al puerto siciliano de Pozzallo, donde la policía científica se hizo cargo de ellos.

Es la viva imagen de la barbarie a la que están sometidas las miles de personas que cada día intentan salir desde Libia, desde las playas de Zuwarah, Sabratha y Trípoli, con destino a Europa. Los traficantes les facilitan un compás –a menudo con un error de hasta 30 grados– para que guíen la embarcación hacia el norte.

También les dan un teléfono satélite para que, en caso de distress, puedan llamar a los guardacostas que coordinan las operaciones de salvamento en la zona desde Roma. Casi nadie espera al momento angustioso, todos suelen hacer la llamada de socorro tan pronto superan aguas territoriales libias. Después, según cuentan los supervivientes, lanzan el teléfono al agua siguiendo las órdenes estrictas de los traficantes, que quieren evitar a toda cosa poder ser localizados si las autoridades europeas rastrean el aparato.

Es imposible que estas precarias embarcaciones sobrecargadas, sin gasolina suficiente, ni agua ni víveres, puedan superar una travesía de casi 270 millas náuticas, la distancia entre las costas del norte de Libia y del sur de Italia. Los barcos de rescate actúan en el límite de las aguas territoriales libias, 12 millas de la costa. Si no fuera por ellos, la gente que viaja en ellas perecería sin remedio. Hay ocho ONG en la zona, con diez barcos de salvamento que se suman a los que despliegan los guardacostas italianos. Estos no aclaran cuántos barcos tienen disponibles.La UE también dispone de embarcaciones en la zona, fragatas de guerra y los barcos de Frontex integrados en las operaciones Tritón y Sophia. La primera sustituyó en 2014 a la operación italiana de búsqueda y rescate de personas Mare Nostrum, puesta en marcha en 2013. Su principal misión no es, sin embargo, salvar vidas, sino el control de las fronteras marítimas.

Solo en el mes de octubre de 2016 han llegado a Italia 27.388 personas, una cifra más de tres veces superior a la del mismo mes del año pasado, cuando llegaron 8.915. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) atribuye este aumento a algo que cuentan los supervivientes: en las costas libias, los traficantes están extendiendo el rumor de que los guardacostas del país norteafricano se están entrenando para poner en marcha, en los próximos dos meses, operaciones de rescates en sus aguas. Toda lancha que sea interceptada en sus aguas será devuelta a Libia, un infierno para todos aquellos que llegan huyendo de Eritrea, Somalia, Nigeria, Mali o Costa de Marfil y que se encuentran con abusos y malos tratos constantes (violaciones, trabajo forzoso, condiciones de vida inhumanas…). Experiencias brutales recogidas en el informe Atrapados en el tránsito. Refugiados, migrantes y solicitantes de asilo encerrados en Libia, publicado por Médicos sin Fronteras este verano.

Los rumores no son infundados. El pasado mes de agosto, el comandante de la operación Sophia, Enrico Credendino, y el comandante de la Guardia Costera y Seguridad Portuaria de Libia, Abdalh Toumia, firmaron en Roma un acuerdo para reforzar la capacidad de los guardacostas libios de cara a combatir el tráfico de personas desde sus costas. Además, la UE aprobó prolongar la operación Sophia hasta, como mínimo, el 27 de julio de 2017. Ninguna de estas operaciones ha logrado parar las muertes en el Mediterráneo: entre el 1 de enero y el 30 de octubre de 2016 han muerto en la ruta del Mediterráneo central 3.463 personas; 415 en el Egeo y otras 62 en la frontera sur. El 4 de octubre murieron 32 personas.

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Jorge Miró

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