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El poeta Abu Yafar Ahmad ibn Said, del Al Ándalus, la describe de la siguiente manera: “Alcahueta que hace gala de su oprobio, más encubridora que la noche para el caminante. Entra en toda la casa y nadie sabe hasta qué punto penetra en ella. Cortés, acogedora del que encuentra; sus pasos no molestan al vecino. Su manto no se dobla nunca, más inquieto que bandera de combate. Aprendió desde que conoció su utilidad la diferencia que hay entre el crimen y la astucia. Ignora dónde está la mezquita, pero conoce bien las tabernas. Sonríe siempre, es muy piadosa, sabe muchos chismes y cuentos. Posee la ciencia de las matemáticas y la industria de hacer horoscopos y hechizos. No puede pagarse zapatos de su bolsa, pero es rica en medio de la miseria. Capaz sería, por lo suave de sus palabras, de unir el agua con el fuego”.

La alcahueta ha sido un personaje muy conocido en el Jerez de los conventos, época cuando había en la ciudad muchos centros religiosos y nada de producción útil. En aquel entonces, existía un tipo de mujer ya vieja, que trotaba de un lado para otro para ganarse la vida (la trotaconventos). La necesidad hacía a esta mujer ya vieja de trotar, cuando todavía no había perdido el gusto por los placeres sexuales. Desprovista de atractivos físicos a causa de la edad, poseía la sabiduría de una hechicera y adiestraba a sus protegidas en el oficio.

En el Jerez antiguo se las llamaba “ponedoras”. Eran ponedoras de mozas en casas para servir y obtenían un real de cada moza que colocaban con amo, y otro del amo o ama que llevaba a la moza. La mayoría venían de las cortijadas cercanas o generalmente de los pueblos de la Sierra gaditana. También eran surtidas directamente desde los mismos conventos vía el servicio de la ponedora, recibiendo el claustro un beneficio económico. Cuando las chicas quedaban preñadas por el señorito, eran expulsadas de la casa y pasaban a ejercer la prostitución o ser simplemente carne de galera, como así se llamaba a las cárceles de mujeres.

La idea que se tenía de virtud de una mujer en el siglo XVII es muy distinta a la que podemos tener hoy en día. En el siglo XVII se consideraba que todas las mujeres, a excepción de la Virgen María, eran las hijas de Eva, malas por naturaleza y culpables por llevar la mancha y la provocación en el cuerpo. Imagen que impulsó un control aún mayor en la época barroca sobre la mujer por ser esta la depositaria del tesoro más grande del hombre en el siglo XVII: el honor. La imagen que se tenía de la mujer era la de un ser imperfecto.

El cine español costumbrista trata el tema en La lozana andaluza, basada en un clásico de la literatura.

FUENTE: María López Cordón, Durán Villa, Montserrat Carbonell, José Luis Jiménez García, otros.

 

 

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Eduardo Arboleda Ballén

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