La salina olvidada en la Bahía que resucita en forma de Marambay: "Cádiz desconocía que era suya"

El ingeniero isleño Héctor Bouzo decidió recuperar a Preciosa y Roqueta, abandonada durante 50 años en Santibáñez para poner en marcha un proyecto medioambiental y de ocio que busca poner en valor la riqueza de la marisma

Vista de la salina Preciosa y Roqueta desde el edificio de Marambay.
Vista de la salina Preciosa y Roqueta desde el edificio de Marambay. MANU GARCÍA

El viento silba ante un paisaje de marisma. A lo lejos, el puente de La Pepa acapara unas vistas únicas desde una salina artesanal que presencia el abrazo entre la Bahía y el Océano Atlántico. Las bocas merodean el terreno cuando la marea baja mientras la pleamar forma una piscina natural con aroma a sal. En un rincón del Parque Natural Bahía de Cádiz, la salina Preciosa y Roqueta revive en la zona de Torregorda, Santibáñez. Un enclave olvidado al que los antiguos llamaban las cochineras-había casas derruidas donde se criaban cerdos-que se ha convertido en un complejo medioambiental y de ocio. “El ser humano tiene que actuar y conservarlo, si no se degrada”, dice Héctor Bouzo aludiendo al lugar que se plantó hace 3 años ante sus ojos.

Unas 40 hectáreas abandonadas durante medio siglo que iban a albergar un proyecto urbanístico con paseo marítimo incluido. La idea de unos constructores sevillanos fracasó y los terrenos continuaron dejados de la mano de Dios hasta que este ingeniero industrial descubrió el paraje cuando buscaba un sitio para cultivar microalgas. El “cañaílla” quedó sorprendido por el lamentable estado en el que se hallaba la salina y decidió darle una nueva vida. “Tenía una orden de derribo por parte del Ayuntamiento, cuando llegué aquí había casas en ruinas llenas de basura con ocupas y una zona con perros encerrados y abandonados”, recuerda Héctor.

Salina Preciosa y Roqueta.
Salina Preciosa y Roqueta.  MANU GARCÍA

Un auténtico vertedero destinado al menudeo de droga, al botellón y a todo tipo de actividad ilícita que quiere permanecer oculta. Abrumado por el deterioro, el isleño compró la salina localizada en el término municipal de Cádiz sumergiéndose en un laberinto burocrático en el que estuvo metido 3 años. “Tramitar un proyecto de actuación sobre un terreno rústico en una ciudad que prácticamente desconocía que esto era suyo ha costado muchísimo”, reconoce sentado en la terraza. Debía seguir las reglas de todas las administraciones implicadas en el emplazamiento y solicitar multitud de permisos que alargaron la apertura. “Hemos tenido un año y medio de retraso”, comenta junto a Marta González, directora comercial.

“Empezamos a sufrir boicot por parte de los usuarios que llevaban años viniendo"

Con paciencia, organismos como Costas, Junta de Andalucía, Parque Natural entre otros fueron sumándose al proyecto y acabaron dando el visto bueno a la recuperación de la salina. El engorroso proceso llegaba a su fin, pero las dificultades no habían terminado. Durante los 9 meses de obras para reconstruir la casa salinera, con las medidas similares a la original, Héctor se enfrentó a otro problema. “No solo nos costó mucho la limpieza sino también desplazar a la gente, empezamos a sufrir boicot por parte de los usuarios que llevaban años campando a sus anchas por aquí, nos rompían los candados”, cuenta el ingeniero.  

El ingeniero Héctor Bouzo en la salina olvidada en la Bahía que resucita en forma de Marambay.
El ingeniero Héctor Bouzo en la salina olvidada en la Bahía que resucita en forma de Marambay. MANU GARCÍA

En agosto de 2020 el proyecto al que bautizó como Marambay despegó por fin. En medio de una pandemia que no permitió sacar el máximo partido al complejo y con el gran reto de concienciar a las personas del nuevo uso de este espacio. Los apellidos técnicos del proyecto son “Diversificación Acuícola Integrada” pero su nombre de pila procede de la mezcla entre mar y bahía en inglés. “Queremos huir de la visión que tiene la gente de una salina, romper con ese concepto y que llame la atención”, añade el isleño que busca ofrecer una experiencia diferente en la provincia.

Con el flequillo al viento, Héctor reflexiona mirando al horizonte. “Normalmente la gente piensa que una es un sitio abandonado y con poca vida, quiero darla a conocer y cambiar esa imagen”, dice. Para ello, ha creado un espacio multiusos con actividades complementarias, restaurante y visitas guiadas.

Pese a que el proyecto va viento en popa, en Marambay siguen observándose a personas buscando cangrejos y coquinas, actividad totalmente prohibida. “Con algunos hemos tenido enfrentamientos por informarles de que es un parque natural y son especies protegidas”, explica. La finca es de propiedad privada “y no se puede venir y aparcar donde uno quiera, ni hacer barbacoas. Nos cuesta muchísimo concienciar de que un parque natural puede tener terrenos de propiedad privada, sobre todo a la gente que lleva viniendo aquí toda su vida”.

Héctor durante la entrevista en la terraza de Marambay.
Héctor durante la entrevista en la terraza de Marambay.  MANU GARCÍA

Los rayos de sol iluminan un plato de huevos con salicornia y camarones fritos. La cocina del restaurante dirigida por Carmen Doello ya está en marcha para “poner en valor el pescado de esteros”. Entre sus especialidades se encuentran ostras, camarones o langostinos “que hace un ratillo estaban vivos” y especies autóctonas fuera de carta extraídas del enclave.

“Marambay es más que un restaurante”

“El pescado de esteros es similar al jamón de bellota, es un producto limitado, hay el que hay”, dice en medio del sosiego que se respira en el espacio. Marambay pretende ser mucho más que un restaurante con vistas privilegiadas-el establecimiento solo ocupa 5.000 metros cuadrados de las 40 hectáreas- por ello, lleva a cabo otras actividades y proyectos vinculados a la marisma.

Revuelto de huevos con salicornia y camarones.
Revuelto de huevos con salicornia y camarones.  MANU GARCÍA

Entre ellas, plantean visitas guiadas para conocer el entorno y la flora y fauna que lo rodea. “Tenemos pendiente iniciarlas para enseñar cómo los camarones y la salicornia terminan en la cocina”, explica. Del mar al plato en un santiamén. “Ver todo lo que podemos sacar y que la gente pueda ver cómo el producto primario te llega a la mesa en una hora”, añade.

El punto de partida de estas rutas divulgativas será el molino de mareas del siglo XVIII que se ubica junto al restaurante. Un edificio histórico de 60 metros cuadrados que Héctor quiere tener rehabilitado para final de año. “Una vez que lo reconstruyamos, mi idea es que funcione. No hay nada más aburrido que ir a ver algo y que te enseñen un cartel” dice pisando las rocas que se han sobrevivido al transcurso del tiempo.

El isleño con el molino de mareas en proceso de rehabilitación.
El isleño con el molino de mareas en proceso de rehabilitación.  MANU GARCÍA

Otro de los proyectos punteros de Marambay es el cultivo de microalgas para la comercialización en sectores como alimentación o salud. Motivo original por el que el isleño se topó con Preciosa y Roqueta enmarcado en la iniciativa MedArtSal, financiada por la Unión Europea en el marco del Programa ENI CBC Med.  Además, el edificio presenta salas para exposiciones, conferencias o presentaciones de discos, tan escasas en la temporada. “Durante los confinamientos municipales, Cádiz y San Fernando estaban cerrados, no venía gente ni de un lado ni de otro porque el control estaba en Cortadura”, comenta Marta.

Arrancar no ha sido fácil pero mientras pasa la tempestad, el ingeniero continúa volcándose en la organización de nuevas actividades para añadir a su oferta. A escasos metros de la terraza, se ha colocado un nido para la recuperación del águila pescadora, una especie en peligro de extinción; y tiene previsto instalar unos módulos para practicar deportes náuticos, iniciación al windsurf, vela, kayak, paddle surf. “Las cosas de palacio van despacio”, suspira. Héctor lo sabe muy bien. Marambay aguanta la prueba de fuego. “Seguimos vivos”, dice. La salina lo está.

Sobre el autor:

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Patricia Merello

Titulada en Doble Grado en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la Universidad de Sevilla y máster en Periodismo Multimedia por la Universidad Complutense de Madrid. Mis primeras idas y venidas a la redacción comenzaron como becaria en el Diario de Cádiz. En Sevilla, fui redactora de la revista digital de la Fundación Audiovisual de Andalucía y en el blog de la ONGD Tetoca Actuar, mientras que en Madrid aprendí en el departamento de televisión de la Agencia EFE. Al regresar, hice piezas para Onda Cádiz, estuve en la Agencia EFE de Sevilla y elaboré algún que otro informativo en Radio Puerto. He publicado el libro de investigación 'La huella del esperanto en los medios periodísticos', tema que también he plasmado en una revista académica, en un reportaje multimedia y en un blog. 

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Comentarios (1)

Anonimo Hace 3 años
Se les olvida mencionar que de ahí comían muchas familias mariscaores y pescadores ,no era un punto de droga ni nada por el estilo , de ahí salían las mejores almejas de la isla , se les olvida que presionarón a esas familias a impuestos y por eso el abandono .
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