"Doy las gracias por estar en esta mesa con un título tan estimulante, de tanta alegría de vivir como 'enfermedad, sanación, duelo, rabia, reconstrucción y autodestrucción'. Menos mal que tenemos la reconstrucción y la sanación porque si no naturalmente nos abriríamos en canal y saldríamos corriendo", comenta entre risas la escritora madrileña Marta Sanz que hace de moderadora en una mesa formada por grandes escritores del panorama nacional. "Es un placer estar junto a tres escritores a los que admiro desde hace muchísimos años", sostiene. Luisgé Martín es el mayor de todos y es el que tiene el honor de inaugurar una conversación en la que se debate sobre la presencia o no de la enfermedad y del dolor en la literatura. "Solo nos separan unos años de edad, soy el más mayor pero tampoco es para tanto", comenta Luisgé, indignado por el orden del turno de palabra estipulado por sus colegas.

Se habla y se debate con una pregunta clave encima de la mesa y en la mente de todos los asistentes a este evento del XX Congreso de la Fundación Caballero Bonald. ¿Por qué se habla tan poco de la enfermedad como tal en la literatura? ¿Se escribe sobre el dolor? ¿Se escribe sobre uno mismo y lo que siente al padecer una enfermedad? Luisgé Martín relaciona claramente lo que padece el lector con lo que padece el propio escritor y autor y habla de "tocar con el dedo el intestino" —con la desaprobación y rechazo de sus compañeros— en referencia a tocar la fibra sensible con temas como este. "Yo creo que hay dos tipos de personas, clasifiquense en cualquier de ellos están", empieza como si fuera a contar un chiste. "La gente que cuando lo está pasando mal, cuando tiene problemas de trabajo, está en paro o no le llega dinero, elige una película o un libro de entretenimiento para olvidarse del mundo, y los que —es mi caso— cuando tienen un problema lo que hacen justamente es elegir algo que vaya a la herida que tienes abierta", expone. "Probablemente de una manera pueril se podría pensar que es para creer que no eres el que peor está", duda entre risas. "Yo creo que no es por eso, sino que hay una forma de compasión y empatización en la literatura, y de empatización, que nos descubre y nos cura", concluye.

Un momento del evento literario. FOTO: MANU GARCÍA.

Por su parte, Marcos Giralt se sincera y se vanagloria de disfrutar precisamente con una literatura que duele. "Si me atreviese a recomendar libros no por sus valores literarios sino por sus valores medicinales, muy probablemente las personas a las que se los recomendase no me volverían a hablar", comenta. "Porque seguramente les recomendaría libros por donde sus heridas suturan. Al fin y al cabo donde no hay conflicto, donde no hay dolor, no hay literatura", añade.

La escritora asturiana Begoña Huertas, por otro lado, recuerda su obra 'El desconcierto' su experiencia con el cáncer. "Cuando yo escribo 'El desconcierto' es por una enfermedad muy física, es un cáncer y mientras yo estaba sufriéndolo, que fue largo, dos años, yo no podía escribir. Me di cuenta que se planteaba el problema de la dualidad cuerpo-mente y la construcción del 'yo', la conciencia, qué me constituye, quién soy. La enfermedad fue un problema de identidad". En torno a precisamente la diferencia entre la literatura de enfermedad física y no física Begoña reconoce que siempre que "hablamos de males, de enfermedades y todo lo demás" en la literatura lo hablamos "en el campo mental y de lo espiritual".

Marcos Giralt conversa con sus colegas. FOTO: MANU GARCÍA.

Luisgé, sin embargo, piensa que todo empieza y acaba en el cuerpo y que es precisamente nuestra identidad, aunque no lo queramos y, por supuesto, también la de los escritores. "Aunque somos materialistas, algunos más dialécticos que otros, pero materialistas al fin y al cabo, seguimos manteniendo en el fondo algún tipo de creencia espiritual que nos hace que pensar que el cuerpo es una cochinada y que realmente donde estamos nosotros, donde el yo reside, es en alguna glándula pineal donde está nuestros valores, nuestra autenticidad, nuestro pensamiento, nuestra literatura y nuestra grandeza", hace una pausa y reflexiona frente a la atenta mirada de sus colegas. "Entonces el cuerpo... —algunos hemos tenido más mala suerte que otros—, ¿qué es el cuerpo? Esto mismo pasa no solo con la enfermedad sino, me vais a perdonar, con la belleza. La belleza como tal si no se usa metafóricamente parece que eres un frívolo, cuando yo pienso que realmente todo acaba y empieza en el cuerpo y que la belleza es mucho más importante para la vida de alguien que la inteligencia", comenta haciendo reír de nuevo al público. "Yo habría preferido, igual que prefiero, no estar enfermo del todo, que ser guapo o ser escritor. Hay temas que en la literatura están tratados mal, y en ese sentido el libro de Begoña por su singularidad es un libro excepcional", concluye.

Begoña Huertas reconoce que durante su larga lucha con el cáncer le era imposible escribir y que no pudo hacerlo hasta bastante tiempo después. "No pensaba escribir nada y escribí el libro después, cuando pude mirarlo y tratarlo como materia literaria. Pero empecé con un ensayo en el que yo me preguntaba qué pasa con los personajes enfermos, qué pasa con la enfermedad en la literatura. Me di cuenta que la mayoría de los personajes en la literatura son enfermedades espirituales, como de celos, de amor". Sin embargo, aunque reconoce que hay de todo "escritores como Proust que escribía cartas a su madre siempre sobre la temperatura qué tenía, o como Tolstoi que sí que narra el dolor" luego hay obras muy largas como 'En busca del tiempo perdido' en las que "no hay ni un solo personaje que vaya al médico en tantas páginas". Sus compañeros asienten. "El intestino es difícil que aparezca", dice en referencia a Luisgé, que se ríe. "Eso me pareció algo interesante para trabajarlo y mientras lo hacía se me iba colando mi propia experiencia y en lugar de echarla a un lado, la incorporé. A la hora de escribir el cuerpo queda fuera, el cuerpo, el dolor y lo físico", afirma.

Marcos Giralt, Begoña Huertas, Luisgé Martín y Marta Sanz. FOTO: MANU GARCÍA.

Marcos Giralt cree que lo que argumenta Begoña es porque la enfermedad "es una vivencia demasiado íntima, demasiado del yo, y la ficción o lo que consideramos ficción, que no estoy muy de acuerdo porque la ficción llega hasta esta literatura del yo de la que estamos hablando, necesita de un ellos, de un vosotros". En esa línea, Marcos habla de que la enfermedad "solo se puede utilizar como mecanismo que mueve acciones y sentimientos pero concentrarte en el proceso de la enfermedad es solamente desde ese yo muy acusado" y lo compara con literatura de las drogadicciones. "Precariamente son ficciones. Al escritor le ayuda a dibujar un marco social, por ejemplo, pero por ejemplo solo puedes acercarte a ese 'yo', por ejemplo a un 'yonki' habiendo sido 'yonki' o habiendo sufrido a un 'yonki' en tu casa", comenta.

Dolores, enfermedades, rabia, duelo... sentimientos todos ellos profundos y voraces que pueden destruir a la propia persona, física y emocionalmente. Pero físicamente parece que menos en la literatura. Así lo suscriben Luisgé Martín, Begoña Huertas, Marcos Giralt y Marta Sanz que pese a haber advertido al comienzo de no poder estar a la altura de los ponentes anteriores en el XX Congreso de la Fundación Caballero Bonald se ganaron a unos asistentes que sufrieron en el intestino el que es probablemente uno de los tabúes ya no de la literatura sino de nuestro mundo, la enfermedad.

Sobre el autor:

Sebastián Chilla.

Sebastián Chilla

Jerez, 1992. Graduado en Historia por la Universidad de Sevilla. Máster de Profesorado en la Universidad de Granada. Periodista. Cuento historias y junto letras en lavozdelsur.es desde 2015. 

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