Oldman_girl_nakba
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La crisis del coronavirus nos ha llevado a actuar por el bien propio y el común, quedándonos en nuestras casas a pasar una cuarentena para beneficio de la sociedad en su conjunto. Hemos comprendido que solo se puede aplanar la curva de contagios con la reducción de las oportunidades de infección que aparecen en el desarrollo de la vida social y laboral, muy a pesar de las implicaciones de distinta índole que esta situación ha tenido en gran parte de la población; ya sean mentales, económicas, profesionales, afectivas y un largo etcétera que iremos descubriendo más temprano que tarde. 

Se ha lanzado un potente mensaje institucional que persiste aún en la fase de desescalada; #estevirusloparamosunidos, así, no cabe duda de que no ha sido el instrumento punitivista de las penalizaciones frente a los (supuestos) incumplimientos el que ha logrado el compromiso de la población con las medidas de protección, han sido la solidaridad y el apoyo mutuo las auténticas (y discretas) protagonistas del éxito que el confinamiento está teniendo para contener la epidemia.

Comprender que nuestro bienestar particular está relacionado con el bienestar general de la población, parece haber adquirido por fin un significado, al menos, cuando se trata del Coronavirus. Los mensajes del #quédateencasa vienen a apelar la responsabilidad de quienes, aún no considerándose población vulnerable, pueden beneficiar con sus actos a otras tantas personas que sí lo son. Así funciona la solidaridad; poniéndose en el lugar del otro y trascendiendo la empatía al generar acciones que beneficiarán a otras y otros en primera instancia, y que por efecto rebote mejorarán nuestra propia situación. 

El efecto de la solidaridad es tan importante que quienes acumulan capital e intereses a base de injusticia y desigualdad, no descansan en su empresa de romper los vínculos entre personas, pueblos, territorios, religiones, culturas, pensamientos o cualquier particularidad que pueda servir para crear distancia y aislamiento. Sin embargo, estas fronteras inducidas por el poder a base de la repetición del discurso del miedo y la competencia, no nos evitan los males que asolan al mundo. Al contrario, estas barreras sirven para extender la injusticia con la garantía de que una vez alcanzado un territorio, pueblo o colectivo particular, no habrá grandes dificultades para instalar la miseria y el desastre con total impunidad.

Y como muestra, un botón escandaloso; este 15 de mayo se conmemoran 72 años de la Nakba, la gran catástrofe palestina que no ha dejado de extender sus efectos no solo en el tiempo, también en el territorio. A pesar del tiempo transcurrido, la Nakba es perpetuada por un Estado israelí cada vez más despiadado (y corrupto), apoyado incondicionalmente por el gobierno de Donald Trump, quien legitima la anexión de los territorios palestinos ocupados, entre ellos los altos del Golán y parte del Valle del Jordán, y legalizando el expansionismo israelí en nuevos asentamientos que reducirán notablemente los territorios de Cisjordania. Crueldad que también se manifiesta tolerando la violencia de los colonos contra las personas palestinas, que ven como la impunidad se ha convertido en una garantía para los agresores. 

La situación se recrudece además a causa del coronavirus dadas las condiciones de los centros sanitarios y hospitalarios a los que la población palestina tiene acceso limitado, sin recursos materiales y humanos suficientes ya en circunstancias habituales y peor equipados aún para atender a las personas afectadas por el COVID-19 que existen en el territorio.

La población de la franja de Gaza lleva ya trece años de confinamiento colectivo a gran escala, a lo que se une un férreo bloqueo no solo en el acceso, también en la producción de recursos básicos para la vida.  En estas condiciones insoportables desde hace mucho, las consecuencias de la extensión de los contagios por Coronavirus, augura muy malos presagios para quienes se encuentran en el territorio sin posibilidad de salir o de lograr el levantamiento del bloqueo.

Con esta calamidad histórica sobre sus espaldas, podemos preguntarnos ¿como es posible que un pueblo resista durante más de 72 años a tanta violencia e injusticia? La respuesta seguramente reside en la importancia que la cooperación entre los pueblos y la solidaridad tienen para mantener la esperanza. Hoy más que nunca es la capacidad de resistencia de las personas palestinas la que viene a recordarnos que no alcanzaremos el pleno disfrute de Derechos Humanos si no logramos que nadie sea excluido de su protección y garantías. Si ponemos este mensaje en relación con el que hoy repite el gobierno a través de #estevirusloparamosunidos, nos daremos cuenta de que son los mismos remedios basados en la solidaridad los que han de aplicarse para defender la vida propia y la ajena. Ojalá los gobiernos de todo el mundo hicieran algún día un llamado que dijese #estaNakbalaparamosunidos e hicieran cumplir a Israel las resoluciones de condena de la ONU, el Derecho Internacional y los Derechos Humanos.

Lo cierto es que, a pesar de estar desarrollando mayores competencias para la colaboración ciudadana, poca atención le estamos prestando a la solidaridad entre los Estados que se ejerce a través de la Cooperación Internacional. Entre sus objetivos generales se encuentran la promoción de iniciativas que persigan la reducción de las desigualdades en los países menos desarrollados (desde una visión occidentalista), el fomento del acceso a Derechos Humanos, así como el establecimiento y consolidación de relaciones de colaboración entre instituciones gubernamentales y asociaciones. Estas relaciones entre Estados y tejido social trasnacional son muy importantes por ejemplo en momentos como el que nos encontramos, en los que la organización a gran escala va a condicionar los plazos y los costes para superar los efectos de esta terrible pandemia.

A pesar de que desde la Apdha mantenemos una visión crítica en relación a ciertas estrategias de Cooperación al Desarrollo que se basan en actuaciones exclusivamente asistencialistas impulsadas por algunas grandes ONGs, y promovemos iniciativas de cooperación bilateral cada vez menos apoyadas por las instituciones, nos preocupa como los recortes presupuestarios (reducción del 60% en Andalucía) van a afectar a la construcción de solidaridad que genera dicha Cooperación Internacional al Desarrollo. Con la reducción de recursos con los que ampliar y mantener los lazos entre comunidades y países, menguan también las oportunidades de diálogo, aprendizaje y encuentro entre lógicas diversas.

Si no nos comprometemos con la solidaridad y la cooperación para salir todas de esta, difícilmente lograremos detener esta pandemia. Y si no aprendemos de una vez por todas a colaborar para detener las injusticias, desigualdades y calamidades que existen en el mundo, no habrá pueblo que no llore en cada aniversario una Nakba.

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