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Muchas veces he pensado que la educación se ha utilizado como un instrumento de venganza, no solamente durante el franquismo sino, incluso, actualmente.

Mi padre padeció la inmersión lingüística. Nació en 1911, en una aldea del País Vasco en el municipio de Mundaka, y a los siete años, sin saber apenas unas palabras sueltas en castellano, fue al colegio y le impartieron las clases en nuestra lengua. Él me contaba que tenía que memorizar literalmente las lecciones y las repetía como un papagayo, sin entenderlas, pues no comprendía las explicaciones de los profesores. Sólo las matemáticas y la geografía fueron fáciles para él. Sus construcciones gramaticales en español preservaron hasta su muerte la estructura del euskera y estaban llenas de hipérbaton, alterando la sintaxis de las locuciones.  Normalmente construía las oraciones usando la histerología, es decir cambiando el orden natural de las frases, diciendo antes lo que se debería decir después. Justo ese orden caótico del castellano que oí cuando era niño fue lo que me hizo aficionarme a la poesía, pues me parecían los versos más cercanos al oído que las frases enunciadas en prosa.

También pude apreciar las dificultades de los niños que estudian en otro idioma distinto del materno, cuando di clases de apoyo a estudiantes rusas y marroquís en Madrid en la institución religiosa Madres de Desamparados y San José de la Montaña. Las chicas eran muy buenas estudiantes, muy trabajadoras, muy inteligentes, muy motivadas y con muchas ganas de progresar en la vida, pero en cambio no tenían buenos resultados académicos por la dificultad de aprender asignaturas en una lengua ajena a la suya.  

Hace un par de años tuve la oportunidad de visitar Finlandia, uno de los países con mayor nota en los informes PISA. Allí, una guía me explicó que los niños finlandeses podían estudiar tanto en finés como en sueco, dependiendo de su idioma materno. Finlandia se independizó de Suecia en 1809 y, a pesar de llevar más de 200 años fuera del dominio de Suecia, preservan el idioma de la que fuera su nación madre sólo porque consideran que es bueno para el mejor aprendizaje de sus ciudadanos. Justo lo contrario que en España. Aquí lo de menos es el bienestar del estudiante, lo que impera es la ideología del partido que está en el poder para intentar conseguir una homogenización identitaria. Nos tratan como súbditos y no como personas con derechos y libertades. Así nos va. Los niños que estudian en otro idioma del que oyen en su casa tienen más dificultades para progresar socialmente y están más predispuestos al fracaso escolar, por lo que, por culpa de la mala praxis educativa, los abocamos a la desigualdad social. Las barreras educativas, a la larga, impiden el progreso de los individuos y conducen a éstos, cuando acaban sus estudios, a que no puedan acceder a los puestos de trabajo en las mismas condiciones de igualdad que el resto.

Muchas veces he pensado que la educación se ha utilizado como un instrumento de venganza, no solamente durante el franquismo sino, incluso, actualmente

Recientemente se ha hecho público un informe sobre el sistema educativo vasco, que denota una progresiva caída de resultados en el informe PISA, a pesar de que invierten más del doble en educación por alumno que Andalucía. Este deterioro coincide con la política del Gobierno Vasco de empeñarse en enseñar en euskera por encima de todo y de un intento de euskaldunizar a la población en su conjunto. Consecuencia de ello es que los alumnos vascos de cuarto de ESO son los que obtiene peores notas en comprensión lectora de todas las comunidades autónomas españolas. Además, es la comunidad que tiene más alumnos rezagados (el 4%). El rendimiento académico de los estudiantes vascos es muy mediocre, llegando  a suspender en todas las áreas. Por lo que parece que esa Consejería de Educación, en vez de ayudar a sus futuras generaciones a mejorar, las está lastrando.  

Muchas veces he pensado que la educación se ha utilizado como un instrumento de venganza, no solamente durante el franquismo sino, incluso, actualmente. Así, si antes uno no podía hablar euskera o catalán, ahora parece que el péndulo ha girado al lado contrario y se intenta borrar toda huella e influencia del castellano. Posiblemente hayamos caído en los mismos errores que ya se vislumbraron en el pasado, pero en sentido contrario. Se percibe un cierto odio de los que sufrieron la persecución por su idioma que, ahora, cuando éstos llegan al poder, repiten las mismas injusticias con el adversario, perpetuándolas. Alguien debería cortar definitivamente esta cadena de equivocaciones. ¿Resolverá el esperado Pacto por la Educación esto?

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