Lorca y Buñuel, montados en un avión de cartón.
Lorca y Buñuel, montados en un avión de cartón.

La dimensión cultural del poeta granadino Federico García Lorca es extraordinaria. Sin duda, su figura es una de las más grandes de la literatura española de todos los tiempos. Su obra, una de las cimas de las letras hispánicas. Su asesinato, una de las mayores ignominias que jamás se hayan cometido. 

Lorca transitó por casi todos los géneros y caminos creativos; Poeta, dramaturgo, articulista, dibujante, prosista, director teatral… Y también guionista.

Federico siempre mostró una gran afición hacia el cinematógrafo. Durante su estancia en la Residencia de Estudiantes en Madrid trabó amistad con Luis Buñuel, iba al cine con frecuencia y participaba en los debates cinematográficos que se generaban y organizaban entre los estudiantes de la Residencia. También participó activamente en las sesiones del Cine Club El Español, en las que en algunas ocasiones leyó poemas y textos alusivos al séptimo arte.

En su período en Nueva York (donde pasa casi un año entre 1929 y 1930) descubre el cine sonoro, que le entusiasma (como en algunas de sus cartas reconoce). En la correspondencia familiar que se conserva de su estancia en la Gran Manzana son recurrentes sus alusiones a cómicos de la pantalla de aquella época como Harold Lloyd o Buster Keaton. A éste último, conocido por aquellos años en nuestro país como “Pamplinas”, Lorca le había dedicado una breve pieza teatral titulada El paseo de Buster Keaton, escrita en 1925. En 1928 también había escrito el texto La muerte de la madre de Charlot en la que realiza una recreación personal del personaje creado por Charles Chaplin.

Es en Nueva York dónde recibe noticias del estreno de Un perro andaluz, la película surrealista de Buñuel en la que también participaba Salvador Dalí. Los comentarios que le llegan le hacen sentirse peyorativamente aludido, menospreciado por el director aragonés y el pintor catalán. Entre la desasosegante sensación de “traición” que siente hacia los que habían sido sus compañeros y amigos de la Residencia, y la amistad que entabla con el artista mejicano Emilio Amero, que había dirigido tiempo atrás un cortometraje titulado “777”, Lorca escribe, a instancias de Amero su guión Viaje a la Luna a finales de 1929.

Viaje a la Luna es un texto de inspiración surrealista (es en aquella gran urbe de hierro y cemento en la que Lorca inicia su etapa surrealista engendrando, entre otras, su sensacional obra Poeta en Nueva York), compuesto por 72 escenas (aunque la definición de sus imágenes hace compleja cualquier etiqueta), repletas de metáforas violentas o eróticas. Algunas de las escenas ocupan apenas una frase. Otras se alargan hasta los dos párrafos. Todas preñadas de una poética bellísima, insondable y sugerente.

Lorca entrega el manuscrito del guión a su amigo Amero, con la idea de que éste pudiera realizar una película basada en él. Diversas vicisitudes impiden que el proyecto pueda realizarse en esos años. Amero guardó el guión durante toda su vida. Intentó rodarlo tras la muerte de Lorca, pero tampoco consiguió llevar a cabo su propósito. En 1989 el texto es adquirido por la Biblioteca Nacional de Madrid. No fue hasta 1998 cuando el pintor y cineasta catalán Frederic Amat rodó, por fin, el guión, con el apoyo de la Fundación Federico García Lorca y la RTVA, resultando un cortometraje de 18 minutos de duración.

Viaje a la Luna es una obra que amplía el universo lorquiano y que resalta la gran pasión e interés por el cine que siempre reconoció el poeta. Muchas de las imágenes que crea el poeta en su guión, son imágenes que utiliza de forma recurrente en esta etapa surrealista: mujeres de luto, arlequines, peces, y la luna, siempre huidiza, como símbolo principal, hacedora de luz y también de sombra.

Además de su guión, aunque la vida arrebatada al poeta le impidió conocerlas, han sido múltiples las adaptaciones de la obra de Lorca a la pantalla, destacando la versión de Bodas de Sangre (1981) que realiza Carlos Saura, protagonizada por el genial bailarín Antonio Gades, La Casa de Bernarda Alba (1987) de Mario Camus, o la Yerma (1998) de Pilar Távora. 

Sin duda alguna, de no haber ocurrido la infamia de su asesinato, quizá habríamos podido disfrutar de más obras de Lorca escritas para la gran pantalla. Hubiera sido algo extraordinario para nuestro cine. Por desgracia, esa posibilidad resultó imposible, consecuencia del odio y de la sinrazón de los enemigos del pueblo…

Sobre el autor:

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Joaquín Díaz Cáceres

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