"Yo no sé si besugo se escribe con b o con v, pero aquí estoy"

Visitamos la casa de Arturo Ojeda López-Cepero, un pequeño bar en la periferia convertido en todo un templo del 'pescaíto' frito no solo de Jerez, sino de toda la provincia.

Arturo Ojeda López-Cepero, dueño del bar Arturo, con sus hijas Noelia y Manuela.
Arturo Ojeda López-Cepero, dueño del bar Arturo, con sus hijas Noelia y Manuela.

Se hace necesario preguntar, si es que no se conoce bien la barriada de Picadueña Baja, para llegar a uno de los templos del pescaíto frito no solo de Jerez, sino de la provincia de Cádiz. El bar Arturo. Entre estrechas calles sin acera, en las que peatones y vehículos tienen que ir con mil ojos para no ser atropellados, unos, o evitar llevarse por delante un retrovisor, otros, llegamos al número 9 de la calle Guita. Allí aguarda Arturo Ojeda López-Cepero (Jerez, 1947), hombre menudo y de carácter afable, un self made man, que dirían los anglosajones. Un triunfador a base de esfuerzo, un héroe si consideramos que ha estado nada menos que 54 años cotizando en el régimen de autónomo. Un hombre hecho a sí mismo, que diríamos en la lengua de Cervantes, y que el propio Arturo resume en una sola frase: "Yo no sé si besugo se escribe con b o con v, pero aquí estoy".

Entrar en la casa de Arturo es entrar en un bar de barrio. No tiene mayores pretensiones ni las ha buscado nunca. Mesas con manteles de papel repartidas en dos salones decorados con pinturas con motivos taurinos, fotografías del propietario con algunas de las personalidades que han pasado por su negocio, otra de su padre Antonio y una caricatura firmado por el viñetista Peri en la que Arturo porta una bandeja de pescaíto. Ni se le pasa por la cabeza cambiar de ubicación, a pesar de las colas que se forman para comer o de lo incómodo que resulta aparcar por la zona. “Ese no es mi problema”, señala con un punto de malicia, aunque tiene toda la razón del mundo. Su clientela seguirá viniendo aquí de todas maneras. Y además, seguro que un nuevo local le restaría gran parte de su encanto.

Lo cierto es que en este mismo lugar ya empezó a trabajar cuando apenas contaba con 15 años, después de que su padre, arrumbador en las bodegas Domecq, le montara un tabanco para que tuviera algo a lo que agarrarse. Lo bautizó como ‘Grana y Oro’ y ahí estuvo cerca de 14 años despachando vinos de Palomino y Vergara hasta que harto de aguantar a borrachines, juergas, partidas interminables de dominó y cartas y a clientes a los que siempre le pedían que les fiara, decidió echar el cierre y darle una vuelta de tuerca al negocio. “Mi padre me quería pegar”, recuerda cuando se enteró de su decisión. Pero Arturo sabía lo que hacía. Por el tabanco solía parar un amigo suyo, Luis Menacho, pescadero, con el que de vez en cuando freían pescado a las puertas del tabanco por medio de uno de esos antiguos infiernillos de petróleo. “Se me metió en la cabeza lo del pescaíto, empecé con unas pocas freidoras y a partir de entonces ya fui cogiendo el vuelo”.Arturo aprendió el arte de la fritura de la mano de Manuel Pérez Ramírez, fundador del primigenio bar Bodosky en La Rosaleda, quien a su vez también comenzó friendo pescado en un tabanco que regentaba cerca de la calle Lealas. “La gente decía que tenía mucha guasa, pero para mí era una bellísima persona. Era el número uno. Tienen que pasar muchos años para que salga uno como él. Ni yo me comparo. Como él ninguno”. Arturo, que sabe que hasta su establecimiento llegan comensales de todas las partes de la provincia incluso para llevarse el pescado a casa, guarda bien la fórmula de su éxito, de ese pescado en su punto de harina y nada aceitoso. “La harina es harina y el aceite, aceite”, dice esgrimiendo una sonrisa, sin soltar nada más. Aunque luego, apunta: “El secreto es la limpieza: el aceite y las freidoras bien limpias”.

Arturo abre de martes a sábado. Descansa el domingo, un día raro en el mundo de la hostelería, y también el lunes porque no hay pescado, porque aquí una cosa es sagrada: el género es fresco y del día, de la Plaza y de sus proveedores de confianza. Además, no busque otra cosa que no sea pescado y marisco, porque no lo encontrará. Bueno, sí: pimientos fritos, una piriñaca rematada con melva y un tomate de Conil, aliñado con aceite, vinagre y ajo picado que quita el sentío, hasta el punto de definirlo Arturo como su “plato estrella”. Luego, pidan lo que quieran: adobo de cazón, atún y melva, langostinos, gambas, salmonetes, acedías, chocos, huevas, almejas…El boca a boca es lo que ha convertido a Arturo en toda una institución. Hay que llegar temprano para coger sitio en cualquiera de sus dos salones, porque no se reserva. Y cuando Arturo dice que no se reserva, es que no se reserva. A nadie. “Aquí ha tenido que esperar a sentarse hasta Sergio Dalma”, una de las caras conocidas que han pasado por su bar como también han hecho infinidad de toreros, flamencos, artistas como Niña Pastori o Antonio Orozco, periodistas como Javier Cárdenas, políticos como Miguel Arias Cañete o conocidos exfutbolistas como Kiko Narváez o Bernd Schuster, este último quien también fuera entrenador del Xerez CD y del Real Madrid, precisamente los dos máximos rivales de los equipos del alma de Arturo, el Jerez Industrial y el Atlético de Madrid, respectivamente. Del club colchonero saca pecho porque “últimamente les damos ‘pal’ pelo a todos, no queremos más trofeos porque nos hemos quedado sin vitrinas”, mientras que del industrialista se consuela porque “por lo menos sigue vivo”. Al Xerez Deportivo afirma que le echó la cruz cuando en un partido del Industrial en el antiguo Domecq dejaron a sus futbolistas encerrados en el vestuario, aunque no recuerda si fueron aficionados o miembros del propio club azulino. Hasta tal punto es del Industrial que se sacó el carné VIP del Xerez cuando estuvo en Primera “para verlo perder”.

Más allá del fútbol, lamenta cómo se encuentra Jerez en la actualidad —“llena de mierda hasta las orejas. No sé quién tiene la culpa de esto, yo lo que sé es que me toca barrer la calle de arriba a abajo todos los días”— y destaca que la crisis no le ha afectado, “al contrario, hemos ido a más”. Ahora, con 69 años, y después de siete ‘jubilado’ —si es que esa palabra existe en el vocabulario de Arturo— ha cedido el testigo a sus dos hijas, Manuela y Noelia, a las que, como hizo su padre, también les ha montado un negocio, esta vez una freiduría, a escasos metros del bar. Y aunque todavía siga entrando en la cocina para verificar que el pescado se fríe como se tiene que freír pese a que reconozca que a sus hijas poco tiene que decirles en este sentido, porque “se han criado entre las freidoras”, su mano se tiene que seguir notando: la del rey del pescaíto frito. La del rey Arturo.

Bar Arturo (calle Guita, 9) abre de martes a sábado, de 13 a 16:30 y de 20:30 a 00:00. No se hacen reservas.

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Jorge Miró

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