En un paseo por la calle Valientes se le iluminó la bombilla a Antonio Ruiz. A la altura del número 14 se quedó mirando la fachada y pensó: “Pues por dentro también tiene que estar bien”. Estaba frente al antiguo tabanco La Pandilla, del que se conservan documentos que datan su apertura en 1936 –aunque hay sospechas de que pudiera ser incluso antes– y que llevaba casi 20 años criando polvo. “Es una pena que estuviera cerrado”. Por eso, este delineante de profesión, aunque con experiencia en la hostelería, se asoció con Bosco Delage, economista, y empezaron a darle forma a su sueño: resucitar el mítico tabanco al que solían ir de jóvenes.
A Antonio y Bosco les asaltó entonces un enorme sentimiento de nostalgia. Estudiaban en La Salle y, en plena adolescencia, paraban en la antigua La Pandilla, “a pedir tercios y morenitas”, recuerda Antonio. Fue un Viernes de Dolores de hace tres años, el de 2013, cuando reabrió sus puertas este mítico establecimiento, ahora en manos de otros dueños, aunque conservando buena parte de su esencia. La barra está tal cual y la decoración apenas ha variado.
En las paredes siguen colgando carteles taurinos, algunos con esqueletos que hay quien puede pensar que son del padre de esta disciplina, el jerezano Carlos González Ragel, pero no. Son de Luis Mateos, que firma como Luma, y que también es el autor de las caricaturas que pueblan una de las paredes del local. Sólo adaptaron la instalación eléctrica a las exigencias actuales, añadieron un baño más y acondiciaron la parte trasera del local, con el patio como zona de fumadores, en lo que era una antigua fábrica de sifones.
La arquitectura del tabanco es espectacular. Enclavado en un casco de bodega, a los carteles y caricaturas hay que sumar recortes de prensa, sobre crónicas taurinas, que terminan de darle un toque añejo y singular. Aunque sí que han cambiado cosas. Antes en su, llamémosla, primera etapa, se servía Valdepeñas, que se enfriaba gracias al serpetín por el que pasaba tras salir de los garrafones que aún conserva el tabanco. Ahora, Antonio y Bosco decidieron apostar por caldos de Sánchez Romate.
“La gente nos dice que hay que ponerlo de moda, pero eso no nos gusta, las modas son pasajeras, no tenemos buya”, explica Antonio. A los vinos los acompañan algunas tapas y montaditos –pandillitas los llaman–, para todos los gustos. Aunque el queso ocaña, los chicharrones y el chorizo a la llama –“que ya no lo ponen en ningún sitio”, dice orgulloso Antonio–, destacan entre todo lo demás.
Los 80 años de la apertura lo celebran con platos típicos de estas fechas: garbanzos con bacalao y torrijas. El recibimiento, loncha de jamón en mano, no puede ser mejor. “Así da gusto”, “qué buena entrada”, “¿tú has comulgado? Ven aquí…”, se escucha entre los asistentes al cumpleaños del tabanco, que no se sabe si realmente cumple 80, pero qué duda cabe de lo bueno que es que siga cumpliendo. Y que sean muchos más.
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