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Los naranjos de las calles jerezanas han empezado a florecer, adelantándose incluso al solsticio de invierno. ¿Los efectos del cambio climático ya están aquí? ¿Debemos preocuparnos por este regalo anticipado de Navidad? (Seguir leyendo)

Los naranjos de las calles jerezanas han empezado a florecer, adelantándose incluso al solsticio de invierno. ¿Los efectos del cambio climático ya están aquí? ¿Debemos preocuparnos por este regalo anticipado de Navidad?

“Estos azahares pueden interpretarse como la señal de algo que no es únicamente bueno”, me ha respondido una jardinera noruega, que fue rectora de la Universidad de Bergen. “También hay ya narcisos en el parque de la Universidad de Oxford”, me ha comentado otra colega. Y sé por un jardinero belga que, en este preciso momento, un magnolio en un jardín cerca de Bruselas ha empezado a brotar inesperadamente.

Ya no vale la pena cuestionar el cambio climático, a pesar de las sospechas que este fenómeno genera debido a sus extensiones socioeconómicas y geopolíticas. Tampoco basta la declaración de buenas intenciones por parte de los dirigentes políticos. Ahora se trata de buscar las fórmulas concretas de atenuación de los efectos adversos. Muchas ciudades en las naciones más desarrolladas han comenzado a establecer “planes de adaptación” a los cambios, incluyendo la evaluación de riesgos y vulnerabilidades, además de la enumeración de medidas específicas para hacerles frente. Es necesario también sensibilizar a la ciudadanía, para que ajuste sus hábitos de transporte, de consumo energético, de alimentación y aprovisionamiento.

Con el perfume de estas flores prematuras, los naranjos nos están susurrando este aviso: “La ciudadanía de Jerez debe pasar a la acción”.

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