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Después de la tormenta de esta semana, los árboles, las personas, las aceras, los coches, toda la ciudad ha aparecido cubierta de polvo rojizo.

Después de la tormenta de esta semana, los árboles, las personas, las aceras, los coches, toda la ciudad ha aparecido cubierta de polvo rojizo.

Se trata de polvo procedente del desierto del Sáhara, que sobrevuela y cae cada año en forma de lluvia, o a veces adherido a copos de nieve, en el sur y centro de Europa, aportando minerales y nutrimentos a nuestros campos, bosques y jardines, en cantidades que varían entre una y doce toneladas por kilómetro cuadrado, según calculan algunos estudios.

Este fenómeno no es nuevo. Lluvias de polvo como las de estos días se conocen en Europa desde la Antigüedad, y fueron mencionadas por Homero (Ilíada, cantos 11 y 16) y Virgilio (Eneida, Libro 4).

El color de este “sanguinoso rocío” se debe principalmente a compuestos de hierro hidratado derivados de la erosión de minerales ferro-magnesianos. Parece ser que la frecuencia de estas nubes de polvo aumenta en los años en los que el Sáhara está más seco.

Y así, a cambio de este fertilizante gratis que enrojece periódicamente nuestras tierras, las dunas del Sáhara relucen más blancas, libres de polvo gracias al viento.

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