La era de la información (de la perversión del lenguaje a la sumisión del rebaño)

El mundo que se nos dibuja tras esta pandemia mundial, cada vez se parecerá más al descrito por Aldous Huxley o George Orwell en sus obras. Con una gran diferencia: mientras nadie demuestre lo contrario, la realidad siempre ha terminado superando a la ficción.

Periódicos amontonados, en una imagen de archivo.
Periódicos amontonados, en una imagen de archivo.

Creo que nadie pone en duda hoy que la era de la información ha traído consigo una nueva forma de vivir y de comportarse. La humanidad no es la misma desde que las redes sociales y los medios digitales abrieron la puerta a esa carrera por informar y estar informados. Esa urgencia por ser los primeros en poner a disposición de la ciudadanía las últimas noticias obligaba a los nuevos y viejos medios a acelerar el proceso comunicativo para reducirlo al menor tiempo posible. Hecho que nos está haciendo perder de vista dos elementos fundamentales, como son la contrastación de la información y la capacidad de reflexión y de análisis. Factores todos muy estrechamente relacionados con la capacidad de concentración, algo que también estamos perdiendo en progresión geométrica. Quizás todo este proceso tenga algo que ver con lo que hace años el maestro, Ryszard Kapuscinski se aventuró a decir cuando escribió aquello de “la situación empezó a cambiar en el momento en el que el mundo comprendió que la información era un gran negocio”.

Antes de que surgiese “el discurso único”, la información tenía dos caras. Y para cualquier informador, la verdad era la cualidad principal y el objetivo último que todo profesional y su medio tenían que alcanzar, para informar a la opinión pública de cuanto estaba sucediendo. En aquellos tiempos, para la información, la verdad era el fin último. Sin embargo los nuevos modos de comunicación, la celeridad, la inmediatez y la no utilización de ese necesario tiempo para contrastar hechos y datos nos ha hecho bajar la calidad, al tiempo que nos convertíamos en consumidores compulsivos. Devoradores de una información que en la mayor parte de los casos es servida directamente desde gabinetes de comunicación de administraciones públicas o de empresas privadas. Intermediarios que se encargan de procesarla y servírsela a los medios, para que estos solo la tengan que cortar, pegar y editar. Para terminar de convertirnos en compulsivos consumidores de información basura, lo que nos sitúa a diario en la antesala de la posverdad, al añadirle a las noticias importantes dosis de morbo. Algo que la audiencia hoy, premia y agradece.

Pero vayamos un paso más allá mediante un simple ejercicio de memoria.  Recientemente hemos sabido que importantes lobbys de poder han creado gabinetes de comunicación especializados en la elaboración de noticias falsas –fake news- con las que manipular a la audiencia sin necesidad de intermediarios. Ejemplos recientes los encontramos en procesos tan importantes como la última campaña electoral a la presidencia de los EEUU o la campaña del Brexit, de la mano de Cambridge Analytica y Facebook. Quienes utilizando la información que les proporcionaba el cruce de los Big Data desde la perspectiva de la publicidad y el marketing a través de las redes sociales e Internet, lograrían influir y  condicionar el voto de millones de personas. Ya que cada una de nuestras navegaciones desde cualquier tipo de dispositivo electrónico va dejando un rastro digital que el poder necesita y utiliza para estudiar y conocer al detalle cada uno de nuestros hábitos y comportamientos. Datos fundamentales hoy para el negocio en el que se ha convertido la información. Quizás por eso todo pase por el estrecho filtro de la polarización, que nos limita e impide desarrollar análisis más profundos y conscientes, empujándonos a una cada vez más habitual simplificación de todo cuanto nos rodea. ¿Por qué? Porque los grandes productores de información se esfuerzan en simplificarlo todo para tratar de reducir nuestras alternativas a solo dos  –blanco o negro, bueno o malo- y de este modo lograr que nos comportemos como un rebaño que responde y obedece ante impulsos y estímulos al más puro estilo del Perro de Paulov. Probablemente el ejemplo más claro y relevante de ello sea el que divide las actuales opciones políticas entre izquierda y derecha. Etiquetas obsoletas y falsas al ser incapaces de representar el verdadero panorama sociopolítico actual. Etiquetas que pertenecen a otra época, que no integran a las nuevas y más diversas alternativas. Cuando los últimos resultados electorales lo que vienen a confirmar de cara al futuro inmediato, es que el tiempo de las mayorías absolutas ha llegado a su fin, por lo que el actual sistema electoral está avocado a futuros gobiernos de coalición que posibiliten la gobernabilidad.

Sin embargo, tal y como hoy está organizado el mundo, la mayor parte de la población se informa de las noticias, bien a través de las redes sociales, bien como espectadores de una televisión que reciben de forma muy pasiva al regresar a casa tras terminar la jornada laboral. Es así como el ciudadano medio de hoy, que no tele-trabaja, vuelve a casa cansado y tiene un pequeño rato para estar con su familia, en el que procesa lo que ve y oye en unos pocos minutos de informativos que van a determinar lo qué piensen sobre la actualidad. Tampoco es que proliferen más las noticias falsas. Lo que ocurre es que nos hemos dado cuenta de que la verdad es muy compleja y que es muy difícil que podamos encontrar a alguien que nos la pueda contar bien.

Contrariamente a lo que se pudiese pensar, la perversión del lenguaje y la manipulación social, vienen de largo. Durante la Alemania nazi Goebbels puso a punto una auténtica maquinaria de propaganda con la que logró apoderarse, rápidamente, de la supervisión de los medios de comunicación, las artes y la información. Es más, posiblemente sea el precursor teórico de lo que hoy se ha dado en llamar “el discurso único”. Ya que el segundo modo de concebir la información durante el pasado siglo XX era tratarla como un instrumento de lucha política con el que ganar el mayor espacio público para poder vencer al adversario, al conseguir el respaldo del mayor número de partidarios, simpatizantes y votantes.

Recuerdo cuando estudiaba en la universidad aquello que se dio en llamar la “globalización”, como los profesores nos alertaban sobre lo peligrosa que resultaba la perversión del lenguaje. Y como los medios de masas y el poder estaban haciendo lo imposible por amputar un doble proceso que debía ser denominado de “globalización-fragmentación”. Aunque desde las corrientes postmodernistas diferentes autores se esforzasen en explicar el modo en el que nuestro planeta terminaría convirtiéndose en una aldea global. El quid de la cuestión estribaba en saber la manera en la que lo local  terminaría encajando dentro de lo global, mediante la denominada “glocalización”. Sin embargo, con la llegada de las cumbres mundiales del G-7, jóvenes de todo el mundo empiezan a manifestarse en contra de las políticas que ese grupo de países estaba poniendo en marcha. Y es entonces cuando los medios de comunicación, al servicio del poder, deciden invertir un concepto positivo para convertirlo en negativo, al introducirlo en escena bajo el nombre de antiglobalización. Cuando a lo que aquellos jóvenes se oponían era a la mundialización o extensión del sistema capitalista a nivel mundial. Es así como el poder manipulará a la opinión pública al imponer la denominación de antiglobalización o antisistema. Justo en unos momentos en los que aún existía una cierta tensión dialéctica y un enfrentamiento de los profesionales de la comunicación en la búsqueda de la verdad.

Llega así la revolución de la comunicación con la electrónica y la irrupción de Internet y todo salta por los aires, puesto que la verdad ya no es lo más importante. Y nace la posverdad, al perder la información el protagonismo frente al espectáculo, al surgir programas de variedades en los que las noticias son comentadas por tertulianos e invitados, que en unos casos serán periodistas y profesionales. Mientras que en otros serán personajes públicos que vienen a representar al pueblo en estas nuevas ágoras mediáticas. Cayendo la profesión periodística en una cada vez mayor precariedad laboral. Tan influyentes llegarán a ser las televisiones y las redes sociales que podríamos decir que eso a lo que llamamos posverdad no es otra cosa que una realidad paralela construida desde el poder para ofrecer a la ciudadanía lo que sale del cruce de los Big Data.

Si a todo lo dicho le sumamos el cambio climático y la lucha por implantar la tecnología 5G, el mundo que se nos dibuja tras esta pandemia mundial, cada vez se parecerá más al descrito por Aldous Huxley o George Orwell en sus obras, “Un mundo feliz” o “1984”. Con una gran diferencia, que no deberíamos dejar pasar. Y es que, hasta ahora y mientras nadie demuestre lo contrario, la realidad siempre ha terminado superando a la ficción.

Este artículo fue publicado originalmente en Portal de Andalucía.

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