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He salido al jardín esta mañana con la única intención de contemplar mis hibiscos.

He salido al jardín esta mañana con la única intención de contemplar mis hibiscos. Los hibiscos producen cientos de flores a lo largo de todo el verano. La abundancia y continuidad en el tiempo crea una falsa ilusión de permanencia de las flores, pero en realidad cada una de ellas, a pesar de su tamaño y de la sofisticación de su diseño, no dura más que un día. Contemplar significa, etimológicamente, delimitar un espacio de observación del mismo modo en que, en el pasado, los augures delimitaban el cielo en su búsqueda de signos de lo que está por venir.

En cierto sentido, contemplar es lo mismo que no hacer nada, lo cual es una tarea más difícil e incómoda de lo que parece. Pues al pararnos, con el pretexto de observar cualquier cosa con detalle, detenemos la maquinaria de nuestras acciones cotidianas y abrimos un paréntesis en el que, sin darnos cuenta, acabamos pensando en nosotros mismos. Admirando estas flores de hibisco podemos comprender el efecto placentero de la permanencia de lo efímero. ¡Al menos, lo efímero dura!

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