ILUSTRACIÓN: MIGUEL PARRA
ILUSTRACIÓN: MIGUEL PARRA

Los hombres y las mujeres no somos ríos y podemos volver hacia atrás. Podemos preguntarnos hacia dónde queremos ir, independientemente de hacia dónde las aguas nos llevan. No digo que sea fácil navegar a contracorriente, pero entiendo que es posible, individualmente y como grupo.

Avanzar a contracorriente es, por ejemplo, intentar reformar la economía de la ciudad de manera que pueda funcionar con menos producción industrial, sustituyendo nuestros hábitos consumistas por otros más responsables, más sostenibles.

Podemos revisar lo que habitualmente consideramos como factores de crecimiento económico, dando mayor importancia en adelante a la fuente de riqueza que son la educación, la cultura, la salud y el deporte.

Podemos volver atrás en nuestra relación con los mayores, con los niños y, en fin, con todos aquellos otros que creemos que no son como nosotros.

Podemos avanzar a contracorriente en materia de transporte, de modos de alimentación y de vivienda.

Podemos mejorar la gestión de nuestros ríos y campos, en el cruce con la ciudad, combinando los usos urbanos y agrarios con la preservación del ecosistema.

Podemos volver atrás y mejorar la calidad del aire en nuestras ciudades y la calidad del agua en nuestros ríos y en nuestras costas.

No deberíamos tener miedo a volver atrás cuando ese gesto puede significar, de hecho, navegar hacia delante. El salmón que remonta el río en vez de dejarse arrastrar por la corriente hasta el mar, ¿avanza o retrocede?

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