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Una yema es una esperanza y una esperanza es una memoria que desea.

En estas latitudes, los rosales ya han empezado a rebrotar, anticipando la próxima llegada de la primavera. Los nuevos brotes, como la risa, son contagiosos, y enseguida me he dado cuenta de que también está reverdeciendo la bignonia.

En cada yema, la planta concentra su fuerza para desplegar un nuevo estadio de su vida. De hecho, cada una de las células embrionarias de la yema puede reconstruir la planta en su totalidad. Es decir, en realidad la planta entera está en una sola de sus yemas.

El más tímido brote manifiesta, y a la vez simboliza, el pulso victorioso de la resistencia frente a la adversidad. Como dijo William Blake: es la prueba de que no hay muerte real. Una yema es una esperanza y una esperanza es una memoria que desea.

Me quedé un rato observando las yemas de la bignonia, que parecen unas manos levantadas hacia el cielo, reclamando sol, agua y aire.  Y entonces me acordé de ese poema de Fereydoun Moshiri que decía: “Yo quería desarrollarme como un árbol, sin miedo al hacha… y quería que los pájaros cantasen sobre mis hombro... ¡Ay, pájaro del sol! Llévame al país donde, como el viento, puedo ir libre y alegremente adonde me plazca!”

Con este detalle de mi bignonia verde y robusta y orgullosa y próspera, deseo devolver el orgullo y el verdor a este campo seco y triste en el que se ha convertido Europa.

 

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