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La desmemoria, como siempre, hace que todo se difumine, incluso el rechazo visceral que todos teníamos a ETA.

Utilizar el terrorismo, las víctimas de ETA, como arma arrojadiza, ha sido, es o será siempre algo repugnante, obsceno, asqueroso. Si así lo siento yo, que nunca he sufrido en mis carnes la violencia de la banda criminal, por muy disuelta que esté, cómo no lo hará la presidenta de la Fundación de Víctimas del Terrorismo, María del Mar Blanco, que ha estado en Jerez estos días precisamente lamentando la división existente.

La desmemoria, como siempre, hace que todo se difumine, incluso el rechazo visceral que todos teníamos a ETA y que parece haber sido sustituido por otros problemas más acuciantes y vivos, como Al Qaeda o ISIS. O la corrupción.

Miguel Ángel Blanco debe seguir para ella, obviamente, tan presente como siempre. Los demás, aunque recordemos todos lo que hacíamos aquella jornada negra mientras le descerrajaban dos tiros en la nuca a un joven concejal tras 48 horas de ultimátum, tampoco deberíamos olvidar. De la maravillosa película Magnolia una frase me marcó: "Lo terrible no es que nos hagan daño, lo peor es que perdonamos". Aunque nos hayamos jurado no hacerlo nunca. Hay algo todavía más duro, si cabe. Olvidar. Más aún: usar el recuerdo como arma para el enfrentamiento, para hacer daño al adversario. 

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