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La palabra cultura procede del verbo latino colere, que significa custodiar y preparar la tierra para la siembra de plantas y para la cría de animales. Dado que tales labores se transmitían de generación en generación, el término cultura se impregnó de la idea de educación hasta el punto de que, en el siglo XIX, pasó a designar el conjunto de las manifestaciones transmisibles del saber de un pueblo.

Paralelamente a la evolución del significado de la palabra cultura, otro derivado del mismo verbo latino, el término cultivo, la sustituyó en el ámbito de la agricultura. Muchos ya no recuerdan este origen común de cultura y de cultivo, y es por esa razón, tal vez, que ha sido preciso crear el término de “biocultura”. La biocultura es una palabra nueva pero el concepto que designa es tan antiguo como nuestra civilización, y apunta a que la vida y la cultura están ligadas. Dicho de otro modo, la diversidad de los cultivos, la diversidad de las culturas y la diversidad de la vida caminan de la mano.

Los seres humanos nos hemos adaptado a la vida en los distintos ecosistemas de la Tierra, desarrollando tecnologías y modificando nuestras costumbres para la mejor explotación de los recursos que garantizan nuestra supervivencia. Pero al hacer esto, también hemos adquirido conocimientos profundos sobre la naturaleza y sobre nuestra relación con las demás especies. Defender la biocultura no es una cuestión ideológica; es un acto de responsabilidad. Es tomar consciencia de la conexión que existe entre lo humano, lo animal y lo vegetal.

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