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Lolita Chávez (Santa Cruz de Quiché, Guatemala, 45 años) lo siente. Convive con el animal del miedo. Y lo sienten también todas las mujeres de su comunidad. Y las abuelas. Muchas han muerto por hurgar en la injusticia, por tratar de abrir una brecha en el castillo de la impunidad. Las últimas fueron dos compañeras que antepusieron sus cuerpos al avance de las empresas mineras y madereras. En Guatemala se cometen desde hace 17 años crímenes atroces contra mujeres, en su inmensa mayoría indígenas mayas, jóvenes, trabajadoras, morenas y con el pelo largo.

Aunque las desapariciones suman varios centenares en todo el país, son cerca de 900 los crímenes que permanecen impunes desde 2010. Asesinatos que la inmensa mayoría de los habitantes vinculan al ejército, a los paramilitares y a las mafias de un poder económico con profundas conexiones con el sistema político guatemalteco. Por eso, Chávez no se cose la boca y lo denuncia. Lo hizo tan alto que tuvo que ser rescatada por una organización española que hoy la mantiene protegida bajo el paraguas de un programa especial de refugio. Su vida y la de sus dos hijos están en juego.

La segunda semana de diciembre acudió a Estrasburgo como finalista del Premio Sájarov, que el Parlamento Europeo entrega cada año a quien se haya significado en la defensa de los derechos humanos. El galardón fue a parar a manos de la oposición venezolana, pero también podía haber recaído en el grupo de mujeres mayas que, como Lolita Chávez, llevan años desnudando oscuros intereses económicos que empresas transnacionales como ACS disfrazan con la retórica de la civilización. “Las mujeres nos hemos rebelado contra un modelo de vida depredador. No queremos su dinero. No queremos sus migajas”, dice esta mujer dulce, pero que encierra una fuerza interior apabullante.

¿Qué ha supuesto para usted este reconocimiento?

Pues me llamó mucho la atención y pregunté cuál era el motivo. Me respondieron que era una iniciativa del grupo europeo de Los Verdes en reconocimiento a mi trayectoria por la defensa territorial y los bienes comunes de mi pueblo. También por ser mujer maya. Esa relación de fuerzas y vínculos entre la lucha por el territorio como una cosmovisión planteada desde nuestra percepción ancestral impulsó mi nominación. Cuando me informaron, vivía un momento difícil; había sufrido ataques por parte de grupos violentos.

"Cada generación que ha mantenido vínculos con las riquezas naturales de la Madre Tierra ha sido atacada sistemáticamente por las oligarquías financieras de mi país y empresas extractivas extranjeras”

Durante la entrega del premio en Estrasburgo a la oposición venezolana, usted rompió el protocolo con un gesto muy simbólico, ¿cuál fue?

Sí, me levanté de la silla y mostré un cartel contra las transnacionales. Lo pensamos con mi pueblo porque era un reconocimiento a mi comunidad. Lo que sucedió fue que, al conocerse mi nominación, otros territorios de Honduras, Costa Rica, México, El Salvador, Argentina, Chile y hasta de Brasil contactaron conmigo para pedirme que aprovechara la cita y mostrara a Europa lo que están padeciendo los pueblos originarios de Latinoamérica por culpa de las empresas transnacionales, muchas de ellas europeas. Fue una cadena de expresiones de protesta muy grande y emocionante. Cuando me explicaron que en el protocolo de la ceremonia yo estaba como invitada especial sin posibilidad de hablar, pedí consejo a las mujeres de mi comunidad y se acordaron dos propuestas de forma colectiva. Una era que si no iba a hablar era mejor que no fuera. La otra era que si acudía encontrara una manera de visibilizar los motivos que me habían llevado hasta allí. Era desafiar el protocolo mostrando nuestra expresión originaria de Abya Yala, en lugar de América, y nuestra lucha contra las transnacionales.

Suele incidir en que el legado de esas empresas en sus territorios es de miseria y dolor.

El problema es su codicia sin límites. Cada generación que ha mantenido vínculos con las riquezas naturales de la Madre Tierra ha sido atacada sistemáticamente por las oligarquías financieras de mi país y empresas extractivas extranjeras, algunas de ellas españolas, como ACS. Hemos llegado a una situación tan extrema que hoy nos vemos en la obligación de hacer un llamado urgente a la comunidad internacional para frenar el neoliberalismo entre todos y todas. Defendemos al agua, las tierras y las montañas con nuestra vida. Como dicen las abuelas de mi comunidad: “Nosotras participamos en la redistribución de los recursos, pero a las empresas multimillonarias que sólo acumulan bienes las confrontamos con nuestras vidas”.

¿Cómo se comportan esas empresas en un territorio con tantas riquezas naturales como Latinoamérica?

Se comportan como depredadores. Lo saquean y, una vez terminado, continúan con el de al lado. Su deseo de acumulación es tan insaciable que están exterminando a la humanidad. Pero estas expresiones no caben en los juicios que los pueblos hacemos contra estas empresas. Por eso nuestra lucha es permanente. El mandato que tenemos de las abuelas es no ceder nada ante este perverso sistema que tratan de imponernos, ante esta gente que deberían ser la vergüenza de la humanidad.

¿Qué respuesta reciben de los Estados?

Las potencias mundiales son parte de ese daño. Ya lo dije en la Unión Europea: ustedes son responsables. Y también EEUU, que le ha hecho el daño más oscuro y sangriento a mi pueblo durante la época de la guerra.

"Desde la llegada de las transnacionales vivimos en un sistema patriarcal, militar y racista"

¿Y cómo se vive ese proceso de destrucción que describe siendo, además, mujer?

Es una doble condena. Desde la llegada de las transnacionales vivimos en un sistema patriarcal, militar y racista. Es una estrategia económica global apoyada en una legislación diseñada para proteger intereses depredadores. Nosotras luchamos contra un modelo machista y racista que fomentan las estructuras institucionales en su afán por acumular. Este genera que la preocupación sea ganar dinero para sobrevivir, obviando la violencia que se practica para conseguirlo. Las violaciones sexuales y las expresiones de trata y de racismo cotidianas que sufrimos las mujeres son silenciadas e ignoradas. Yo le he vivido y es indignante. Las rutas hacia la cárcel que siguen las mujeres en lucha que son detenidas no son las mismas que la de los hombres. Antes son violadas y torturadas.

¿Quiénes practican esas atrocidades?

Hay muchos. Los militares, por ejemplo, que desde hace muchos años son adiestrados en la Escuela de las Américas para prácticas de desaparición y tortura sin que haga mella en sus conciencias. Estos militares están vinculados con grupos paramilitares y delincuencia organizada, las Maras. Por encima de ellos están los funcionarios públicos y familias oligarcas como los Gutiérrez Bosch, que ven a los indígenas y a las mujeres como sirvientas, como esclavas. Finalmente, están las grandes empresas mineras y madereras mafiosas, para quienes solo somos obstáculos.

¿A qué empresas se refiere?

ACS, cuya filial Cobra ha saqueado el agua del río Cahabón que abastece a 29.000 indígenas, es una de ellas. Por eso suelo citar mucho a Florentino Pérez, porque quiero que nos conozcamos, que conozca los rostros de las comunidades que su empresa trata de eliminar en Guatemala y las historias de quienes estamos defendiendo otro modelo de vida. Que nos ponga cara. También están Enel, empresa italiana de energía, que ha desplazado y dividido a comunidades en Cotzal para construir una central hidroeléctrica, y la canadiense Gold Corp, que ya depredó un territorio y ahora se ha lanzado a otras zonas para seguir haciéndolo. Queremos que pongan rostro, porque nos matan y la humanidad no se entera. Pues yo les digo que no somos seres de rango inferior y que seguiremos anteponiendo nuestras vidas para detener su actividad como ya hicimos con Monsanto. Las mujeres nos hemos rebelado.

¿Se consideran víctimas de este capitalismo voraz y patriarcal?

No nos consideramos víctimas de nada. Somos defensoras de modelos alternativos de relaciones humanas, nuevas formas de internacionalismo. Una de las cuestiones fundamentales que solemos compartir en Abya Yala es que nosotras no nacimos para ser víctimas, esclavizadas por un pensamiento de rechazo. No hablamos de caridad. Hablamos de reciprocidad entre pueblos. De los saharauis con los mayas, y los mayas con el pueblo lenca, mapuche, etc. Proponemos nuevas alianzas de reciprocidad en las que nadie es inferior a otra. El modo de vida de los pueblos originarios no es la acumulación del dinero, porque no aporta la plenitud, sino castigo.

¿Tiene miedos?

Sí, pero me los reservo. Prefiero no decirlos.

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Gorka Castillo

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