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Una iglesia modesta andaluza nos depara el encuentro con una sepultura y lápida muy especial. Concretamente es la Iglesia de la Santísima Trinidad de Sanlúcar de Barrameda, conocida popularmente como Iglesia de la Trinidad.

 

Se describe esta como una iglesia pequeñita y blanca, característica principal de las iglesias de los pueblos marineros, construida fuera del recinto amurallado de Sanlúcar, y que servía de faro a los hombres de la mar, donde se cobijaban y rezaban sus oraciones cuando llegaban tarde y no podían entrar en la Villa. La Trinidad es el segundo templo más antiguo de Sanlúcar, tras la parroquia de Ntra. Sra. de la O y el primero que se construyó en el Barrio Bajo. Se trata de uno de los edificios religiosos más emblemáticos de la ciudad. Esta iglesia mudéjar fue edificada en el siglo XV (1440) en pleno centro histórico, siendo reformada en el siglo XVII.

 

Estamos muy de acuerdo con Hurtado García y Fernando Arroyo, cuando suponen que las lápidas son un recuerdo, para todos los que a ellas se acercan, de la persona que hay enterrada en esa tumba, por tanto entendemos que allí reposan los restos de un hombre que en su momento, y según el discernir de aquél que diseñó la lápida, encarnó el principio de la dualidad, al Hombre Verdadero, al Sigilum Templi en su más profunda acepción, puesto que además en lo alto están las dos cruces “patés”.

 

La lápida de Sanlúcar de Barrameda, es el documento mas claro en piedra de la posterior presencia del Temple, una vez abolido y perseguido a muerte.

 

El gnosticismo siempre ha sido y será tachado de herético por la autoridad eclesiástica. En la singular Iglesia de la Trinidad, estamos ante un iniciado en el esoterismo cristiano. Aunque la Iglesia católica no reconozca la existencia de enseñanzas esotéricas en la doctrina cristiana, y la realidad de una gnosis cristiana, simplemente aparenta que no le interesa.

 

La simbología de la lápida de D. Alonso Fernández de Lugo y Gutiérrez de Escalante nos depara las claves de interpretación del mensaje en la misma, aunque es naturalmente un ejercicio de análisis arduo que toma tiempo.

A pesar de muchas y variadas opiniones contradictorias, parece  ser que la lápida y el sarcófago siempre han estado en el mismo lugar, manteniendo su curiosa orientación respecto a la entrada y el altar mayor. La lápida en si, no cuenta con ningún especial cuidado de conservación y sufre las inclemencias de un “relativo” mal trato más un aparente abandono y consideración respecto a su incalculable valor.

 

Nuestra primera actuación es cerciorarnos de quien está realmente enterrado bajo la lápida templaría, o a quién pertenece la misma. Aclaramos, entonces, una grave confusión malentendida hasta el sol de hoy, al creer erróneamente en Sanlúcar, que es la tumba y lápida de D. Alonso Fernández de Lugo y de las Casas, General, Justicia y Primer Adelantado de Canarias, conquistador de Gran Canaria, Palma y Tenerife; Capitán General de las Costas de África, persona fallecida en 1525, cuyos restos se encuentran tras el altar mayor de la catedral de La Laguna (Canarias). Parece ser que este señor hizo en vida mil perrerías a los guanches y por esto  para los canarios no es santo de mucha devoción. Los de La Laguna, cuando de pequeños iban a dicho templo o catedral de La Laguna, siempre recitaban aquellos famosos versos que decían: “Aquí yacen, según dice / Seño Juan el campanero, / los restos del bandolero / que conquistó Tenerife".

 

El año 1441 D. Alonso Fernández de Lugo y Gutiérrez de Escalante y su mujer Catalina Martínez de Luna, fundan la iglesia y hospital de la Santa Caridad y Obras de Misericordia, fuera del recinto amurallado de la villa de Sanlúcar, a poca distancia de los jardines del palacio de los duques de Medina Sidonia, dedicándolo especialmente a pobres transeúntes que pasaban a Canarias.

 

La documentación dice “Muere en Sanlúcar en 1450 D. Alonso Fernández de Lugo y Gutiérrez de Escalante, fundador de la iglesia, hospital y cofradía de la Santísima Trinidad. Está enterrado al pie de las gradas del altar mayor de dicha iglesia, bajo una losa azulada con su busto en relieve”. El año de su muerte lo corrobora la propia lápida pudiéndose leer la inscripción SENOR AVED MERCED DE ESTE TU SIERVO ALONSO DE LUGO QUE FIZO ESTE AL-BERGUE PARA LOS QUE DESECHAN EL MUNDO PASO ANO DE MCCCCL”.

 

Los templarios otorgaban especial importancia a la cruz de ocho puntas, denominada heraldicamente “Cruz de las Ocho Beatitudes” o “Bienaventuranzas”, que según diversos autores contenía en sí el alfabeto secreto de la Orden. La cruz de ocho puntas, incluida en un polígono, producirá un octógono.  Así pues, dicha cruz serviría como símbolo base para el trazado octogonal en la planta de las capillas mistéricas templarios. En este plano arquitectónico, al signo mediador del “8”, los caballeros constructores añadían la significación central de la cruz, la Unidad, invisible en la construcción material pero sin la cual ésta no existiría.

 

Los templarios o los cátaros representaron su saber a través de un simbolismo iconográfico destinado a la transmisión iniciática, a la comprensión de los iniciados, no precisamente a los analfabetos. Es la estructura cruciforme de ocho puntas – dos por cada brazo de una cruz griega de aspas iguales – sobre la que, supuestamente, está basado un alfabeto secreto que emplearon los templarios para dar cuenta cabal y críptica de sus transacciones comerciales y de determinados mensajes confidenciales. Las letras en este alfabeto, estarían representadas por ángulos y puntos determinados por la estructura misma de la cruz y podrían ser leídos mediante un módulo en forma de medalla que algunos caballeros portaban pendiente del cuello. Sin necesidad de que hayamos de conceder credibilidad absoluta a esta suposición, no cabe duda de que un alfabeto de esta clase o muy parecido fue utilizado por las logias de constructores medievales.

 

En 1314 el papa Clemente V suprimió la rica y poderosa orden del Temple. En 1319 el rey Don Dinis asignó las propiedades portuguesas y privilegios de los templarios a la recién fundada Orden de Cristo, que se convirtió así en la continuación del Temple en Portugal. No obstante, la Orden de Cristo mantenía una fuerte vinculación con la corona portuguesa, que se arrogó desde el principio el derecho a nombrar el Gran Maestre. Eso, junto al abandono de la Regla del Temple, en cuanto a nombramiento de cargos, normas de ingreso e independencia frente al poder secular, permite considerar a la Orden de Cristo como una sucesión del Temple en un aspecto meramente formal, a fin de dar cabida al enorme potencial humano y recursos económicos de los caballeros templarios, fundamentales para mantener Portugal a salvo de invasiones o incursiones enemigas.

 

Después de la soberana chamusquina que hicieron con el Temple, los caballeros que huyeron a otros países formaron nuevas órdenes como por ejemplo: en Portugal la de Cristo, en Finlandia la de San Andrés, en España la Montesa.

 

No es de extrañar que D. Alonso Fernández de Lugo y Gutiérrez de Escalante fuera Comendador de la Orden de los Caballeros de Cristo. La Orden de Cristo es una orden militar portuguesa, heredera del Temple en esta nación.

 

Otro detalle que refuerza esta teoría, que no es otra que el expresar el caballero en la lápida, su condición de iniciado, es que el personaje elegido para representarle emprende la obra alquímica trabajando con tres principios y cuatro elementos, simbolizados en las tres patas, en el que sólo uno de los rabos de los dos canes se alza entre las piernas del Mago o Alquimista. Los dos ángeles y el Alfa y Omega, el Principio y el Fin, recordando al Mago, lo que él ya sabe: que hoy es el primero y el último día de la Creación, un proceso al que se suma el alquimista, cooperando con el Creador.

 

El mago, es en resumen, un símbolo de inicio y representa a un individuo capaz de transformar la realidad mediante energías sutiles, a través de los ciclos naturales. Mago el nombre Hebreo equivalente a “Soy” y se le atribuye como sephirat a Kether, la corona. Su sombrero, al igual que la corona, es un objeto circular, cóncavo, colocado sobre la parte más alta del cuerpo humano, y en particular sobre los órganos del conocimiento (ojos, orejas y nariz) y del poder (la boca, con la que se expresa la voluntad), y que se presta tan bien para exprimir un simbolismo de tipo cósmico. La opinión más extendida es que la punta del sombrero funciona como la punta de una pirámide, de forma que el descenso de la energía que se condensa en un punto (el pico) va amplificando, evolucionando, fortificando, multiplicándose hasta que toma contacto con el chacra coronario y por ende a todo el sistema energético de nuestro cuerpo.

 

Como tal, el sombrero es signo de energías superiores, aquellas que se ubican simbólicamente sobre la cabeza, y en este sentido se relaciona con la corona. Como sirve para resguardar del sol, el aire y el agua, es símbolo de protección. Además, el sombrero funciona como protección del cuerpo etérico, si se consagra como tal. La punta hacia arriba, como por ejemplo los cipreses en los cementerios, tiene la finalidad de hacer que la energía acumulada en la tierra ascienda. Se supone, en todo caso, cada operante debe consagrar su sombrero para el fin que sienta y crea necesario, ya sea cónico, plano, un tocado con capucha u optar por un simple pañuelo puesto en la cabeza.

 

La Historia ha sido muy distorsionada. El encuentro de la lápida es la punta del iceberg, en ella hay muchos mensajes ocultos referidos a datos e informaciones concretas. Encontramos las claves de muchos de los misterios que son clasificados como secretos. Especialmente nos incita a descubrir la realidad o la fantasía de lo que sucedió con los templarios. No pretendemos demonizar ni beatificar. No hay que ensalzar a nadie.

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Eduardo Arboleda Ballén

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