En el café bar Meeting Point, un “antro” de mi devoción, situado en la calle Domínguez Rodiño, disfruto del que es quizás el mejor café con leche de Jerez, mientras veo pasar a los jerezanos atacados con el coronavirus. Lo que me acuerda a Manuela, una amiga hipocondríaca que sale lo justo de casa por miedo a este virus del “Nuevo orden mundial”. Ella, dice haber visto al demonio muchas veces haciendo daño, metiéndose en los cuerpos de los hombres para que obraran mal y luego despedazarnos. Lo que más asusta y preocupa a mi amiga Manuela, de la muerte, es la soledad de los cuerpos.

 

Qué extraño es pensar en los muertos. Pensar en su quietud, en el tiempo que pasan contemplando la infinitud de las cosas.

 

Pido un wiski con hielo, servido en vaso de tubo. Jerez de la Frontera, no es un mal sitio para retirarse a esperar el fin del mundo. Lugar en donde reconozco que soy un pésimo impostor, cometido indignidades, he sido infiel, me he portado mal pero, nunca creo que haya traspasado los límites hasta convertirme en una persona de la que mi espejo se avergonzaría. Vivo en esta ciudad andaluza lo mejor que puedo y encarta (o sale).

 

Mapa en torno a Asta Regia.

 

Dicen que el amor y el dinero son dos de las principales causas de asesinato. Particularmente creo que son los intelectuales. Uno de ellos, autor de varios libros me habla de la conspiración que ha existido contra Andalucía por poseer un rico y fabuloso pasado. Se confabula para evitar sacar a la luz Tartesos en la Mesa de Asta. A Tartesos se la prefiere mantener envuelta en las brumas del misterio.

 

Por conveniencia del maniqueísmo histórico, más negros intereses religiosos, no se quiere, ni se permite ir más allá de los textos de Heródoto y Estrabón a Avieno como machacones pilares del núcleo de Tartesos, una cultura ubicada tradicionalmente en la primera mitad del primer milenio antes de Cristo en torno a lo que hoy es Huelva, Sevilla, una parte de Córdoba y Cádiz. Nadie se atreve a ir un paso más. No interesa, no conviene a las vacas sagradas de la arqueología e historia oficiosa. Se les caería el sombrajo.

 

Extraña gente es mi interlocutor conspiratorio en el café bar Meeting Point . Los intelectuales son gente de letras, creen en los sentimientos, son románticos, bohemios, se enamoran. Un amigo de ciencias, cada vez que se emborracha le da por decir: “Sois unos cínicos. Todos vosotros. La gente de letras”.

 

Mejor me voy a visitar a mi amiga hipocondríaca, a transmitirle una inquietante tranquilidad, la que supongo que sienten los enfermos terminales cuando les dicen que están en manos del mejor especialista del mundo.

Sobre el autor:

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Eduardo Arboleda Ballén

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