Cruz Roja atendió el pasado año en la provincia a más de 5.000 inmigrantes y refugiados. Entre ellos se esconden historias como las de Djibril, trabajador de astilleros de Puerto Real.

En un mundo cada vez más desigual, donde la diferencia entre ricos y pobres es mayor con el paso de los años, existen asociaciones y entidades que luchan para paliar las consecuencias que sufren aquellas personas que menos poseen y que, en gran parte, son las que más arriesgan para tratar de salir del agujero.

La labor de la Cruz Roja es de sobra conocida en todo el ámbito nacional e internacional. Millones de voluntarios, con el único objetivo de ayudar a los demás, se agrupan en torno a esta organización sin ánimo de lucro en todo el mundo, 787 en la ciudad de Cádiz.

Una de las ayudas del Movimiento Humanitario se centra en los inmigrantes y refugiados, llegando a las 5.851 personas atendidas en la provincia durante 2016. Entre ellos, 285 menores no acompañados que llegaron a las costas gaditanas en el pasado año.

En Cruz Roja, la atención a los inmigrantes abarca diversos aspectos: clases de español, orientación laboral y jurídica, cómo encontrar vivienda y empleo, cursos de sensibilización, atención sanitaria… La meta del proyecto consiste en posibilitar la integración de estas personas en la sociedad.

“La gran mayoría de los que llegan a la provincia de Cádiz no se quedan aquí, sino que es una zona de paso” aseguran desde la organización. De hecho, para muchos inmigrantes que llegan la Cruz Roja es una ayuda que se les brinda antes de continuar su camino.

En gran medida, las personas que llegan de forma irregular a las costas gaditanas lo hacen sin ningún tipo de documentación, lo cual dificulta aún más el proceso para su integración dentro de la sociedad. “Tenemos que gestionar la expedición de los pasaportes con los consulados correspondientes, y en ocasiones piensan que el solicitante tiene una situación cómoda y piden 150 o 200 euros para tramitarlo”, explica Adrián Pérez, abogado de Cruz Roja. Para lograrlo, desde la organización realizan informes de situación “para tratar de conseguirlo de forma gratuita”.

Djibril, de Senegal a San Fernando

Djibril es un senegalés de 43 años que lleva 15 años en España. Actualmente trabaja en una empresa auxiliar de los Astilleros de Puerto Real y está completamente asentado en la sociedad, a pesar de que emigrara sin pretenderlo. De hecho, creó la asociación Cañaíllas Senegaleses y, bajo el curioso nombre, sirve de apoyo y refugio a todos los paisanos residentes en San Fernando, donde vive junto a su mujer y su hijo.

Aunque no todo fue siempre de color de rosa. A finales de 2001, Djibril trabajaba en su país natal como mecánico naval tras estudiar en la Escuela Nacional de Formación Marítima (ENFM), “en mis días de vacaciones, desde otra empresa me propusieron entrar en un barco, llevarlo a Lisboa y regresar a Senegal, no eran más de 5 o 10 días y a mí me interesaba”. Pero nada de eso fue así.

“Todo era mentira”, relata. “El armador nos dijo que no saldríamos desde el muelle, sino desde aguas internacionales, cogimos la lancha y nos llevaron hasta donde estaba el barco”. Todo normal, aunque a los dos días de empezar a navegar, Djibril, en un ejercicio de máxima profesionalidad, se asomó a la bodega para comprobar de primera mano que todo funcionara correctamente, aunque el sistema así lo indicaba. “Por curiosidad, abrí la bodega y la vi llena de gente con galletas, yogur y leche”, algo que le impactó. “Cerré la puerta y avisé al jefe de máquina, que llamó al capitán”. Este último dio la orden de continuar con el trayecto, a pesar de la insistencia de Djibril.

El barco siguió navegando y llegó a la costa de Tenerife, donde le cambió la vida. “Paramos los motores y echamos el ancla porque estaba entrando agua, llegaron los remolcadores y nos llevaron hasta el muelle”. En ese momento comenzaron a salir corriendo las personas que estaban escondidas en las bodegas.

En aquel instante de máxima tensión, el capitán decidió abandonar el barco, aunque la tripulación permaneció inmóvil. “Llegó la Guardia Civil y nos llevaron al calabozo, donde pasamos la noche antes de prestar declaración”. Era el paso previo a la prisión, donde pasó casi dos años entre el centro penitenciario de Tenerife y de Lugo por algo en lo que él no estaba implicado.

“Estuve en la cárcel estudiando y centrado en aprovechar el tiempo. Cuando faltaban tres meses para acabar la condena me trasladaron a Lugo”, relata. Salió de prisión el 6 de enero de 2003.

Desde Galicia a Cádiz llegó tras pasar dos noches en una casa que amablemente le facilitó en Lugo el cura de la cárcel. Bajó en tren a Madrid y desde la capital, nuevamente en tren, a Cádiz. “En el trayecto conocí a una persona de San Fernando y, como llegamos de noche y yo tenía que ir a la Oficina de Extranjería, me puso en contacto con un amigo suyo que, sin conocerme de nada, me abrió las puertas de su casa”, explica Djibril.

A día de hoy, cuenta con el permiso de residencia y se siente un isleño más. Sin embargo, cree que los inmigrantes que vengan “tienen que venir con papeles, porque lo que hay aquí no es lo que esperas y el dinero no se coge en la calle”. De la asociación que él preside, afirma que surgió porque vio muchos paisanos y “para tener fuerza y que las reivindicaciones sirvan hay que unirse, ahora mismo hay alrededor de 20 familias”.

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Jesús Mayone

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