Muchos de los enganches que pasean a diario por el Real del Hontoria provienen de Sanlúcar. Unos 80 caballos y medio centenar de personas viven durante una semana en una parcela junto a la Nacional IV.

No es todavía ni mediodía, pero el sol empieza a picar a unos metros de la antigua Nacional IV, en una parcela ubicada entre naves industriales y frente por frente al parque de Picadueña Alta. En este punto, y durante una semana, descansan gran parte de las bestias y enganches que dan color y vistosidad al paseo de caballos de la Feria de Jerez entre la 1 y las 7 de la tarde. Junto a ellos, unas sesenta personas, la mayoría provenientes de Sanlúcar, cocheros y lacayos encargados de conducir los elegantes carruajes, que en estos días viven en un campamento instalado sin ningún tipo de comodidad, sin luz ni agua.

“Que no se olviden, que sin nosotros la Feria de Jerez se queda prácticamente sin caballos”, señala Agustina, de 39 años, mientras limpia la alfombrilla de plástico de uno de los enganches. Ella, como prácticamente el ochenta por ciento de los allí instalados, es de la familia Valencia, una saga que desde el siglo XIX se dedica al mundo de los coches de caballos. “Yo soy la sexta generación, así que echa cuentas”.

A la hora que visitamos el campamento, el ajetreo es constante. Los hombres dan de comer y lavan a los caballos, preparan las guarniciones y les dan lustre. Las mujeres hacen el desayuno, los bocadillos para el almuerzo y ponen a punto los trajes que unos y otros lucirán en un rato. Porque a la hora de subirse al enganche, tanto mujeres como hombres son protagonistas, algo que no ocurría hace años, cuando el oficio solo estaba enfocado a ellos. “Yo he nacido debajo de un coche de caballos”, dice África, nieta, hija, esposa y madre de cocheros. Hace dos semanas estuvieron en Sevilla, una Feria diferente y más cómoda para ellos. “Allí tenemos nuestros señoritos, que nos alquilan el enganche una semana, así que no tenemos que buscarnos las papas a diario como aquí en Jerez”, explica.El paseo por todo el recinto ferial, dependiendo del enganche, varía entre los 30 y los 50 euros. “No es dinero si se montan cinco o seis personas”, nos dice Fabiola, de 33 años, a quien la jornada del domingo no le fue mal. Aquí ya no solo depende que el enganche sea más o menos vistoso. La capacidad para engatusar al personal hace mucho, y en eso, Fabiola reconoce tener ya experiencia. Cuando hablamos con ella se maquilla junto a Agustina —aquí en su familia hay tres Agustinas, ella, su madre y su abuela— de 18 años, que reconoce que “siempre me dedicaré a esto”, como Ángelo, de 19 años, sevillano, aunque también de la familia Valencia. “No sé hacer otra cosa, este es mi trabajo y lo será siempre”.

Obtener la licencia para toda la semana de Feria cuesta 50 euros, a lo que hay que sumar los gastos relativos a los seguros y la comida de los caballos —pienso, heno y alfalfa—, además de los trajes que lucen los cocheros y lacayos, de media unos 500 euros, sin contar sombreros o botas, que, dependiendo de la calidad, encarecen el precio. “Pagamos mucho y ganamos poco”, lamenta África, que añade que “la Feria es una semana, pero a las bestias hay que alimentarlas todo el año”.

El campamento se levanta sobre las 8 de la mañana. Aquí, dicen, no tienen que madrugar tanto como en Sevilla. Lo primero son los animales, así que ellos son los primeros que reciben el desayuno y se limpian. Luego les tocará a sus dueños. Unos viajan a Sanlúcar para asearse y otros acuden a una cercana estación de servicio, a los pies del parque de Picadueña. A las 11 de la mañana ya todos están terminando de arreglar los coches y de prepararse para afrontar otra jornada que en Jerez, lamentan, acaba pronto. “En Sevilla podemos estar en la Feria hasta las ocho y media, aquí hasta las siete, cuando precisamente empezamos a tener más clientes”.

Pasadas las 12 prácticamente todos los enganches están ya camino del parque González Hontoria. Después de Jerez tocará la Feria de Sanlúcar y el Rocío y en verano, la propia localidad ribereña, donde en temporada alta de turismo hay hasta 22 enganches circulando por el centro.

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Jorge Miró

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