Un Belén viviente para un 'muerto viviente'

El Belén viviente de San Mateo, a los pies del palacio Riquelme. FOTO: MANU GARCÍA.
El Belén viviente de San Mateo, a los pies del palacio Riquelme. FOTO: MANU GARCÍA.

La instalación de la emblemática bola en la plaza Belén ha acercado un poco más a los jerezanos al corazón histórico de la ciudad. Al menos durante estas fechas navideñas. Que uno de los principales atractivos del alumbrado se instale allí, proporcionando una nueva de actividad de ocio para las familias, va en consonancia con una preocupación mayor por parte del Ayuntamiento. Algo que se reafirma tras la reurbanización de este emblemático punto de intramuros donde se han enterrado millones de euros tras el fallido proyecto de la Ciudad del Flamenco. Sin embargo, el efecto de la bola, no llega con tanta fuerza a San Lucas, ni a San Mateo, pese a estar un par de calles más arriba.

En el barrio de San Mateo se celebran algunas de las actividades lúdicas con más ahínco popular de la ciudad. Una serie de eventos a lo largo del año que reúnen a cientos o miles de personas en un espacio donde el silencio reina el resto del año. Como pequeños flashes, estos momentos hacen creer a los vecinos del barrio que hay esperanza para conseguir su revitalización. Jerez, que cuenta con más de 212.000 habitantes, no contiene en su recinto amurallado ni siquiera a 5.000 personas. Una circunstancia que ha motivado todo tipo de iniciativas sociales —gran parte de ellas motivadas por la Asociación de Vecinos del Centro Histórico y otros colectivos activos, como la cofradía de San Mateo o la peña La Buena Gente—, y como no podía ser de otra forma, políticas. Estas sin tanto éxito.

Unos niños en el Belén viviente de la plaza del Mercado. FOTO: MANU GARCÍA.

En la plaza donde se ubica un centro cultural de primer nivel para la ciudad, el Museo Arqueológico, se ha instalado un certamen de cultura alternativa —Intramuros—, y se rehabilitado algo del mobiliario público, bajo la atenta mirada de los genios Cervantes y Shakespeare. No obstante, se sigue presenciando una imagen de dejadez absoluta, especialmente por el skyline, con la fantasmagórica presencia del palacio Riquelme y otros inmuebles abandonados del entorno, vestigios de algún tipo de guerra con el patrimonio. Sin embargo, intramuros vive, porque aunque no son muchos, se mueven como los que más.

Si en Semana Santa el barrio es un auténtico espectáculo, en Navidad también lo es. Otro de los colectivos movilizados del barrio —la colaboración mutua entre todos ellos retrotrae a otros tiempos donde la solidaridad vecinal era uno de los pilares de la convivencia—, el colegio de las salesianas, San Juan Bosco, celebra cada Navidad un belén viviente en la plaza del Mercado. Niños y adultos se disfrazan de personajes parece que sacados de algún portal de los repartidos por la ciudad.

Una de las escenas del Belén viviente en la plaza del Mercado.

Panaderías, carpinterías... y todo tipo de puestos; los niños y las niñas del colegio de las salesianas disfrutan en la piel de figuritas del Nacimiento. Una voz a través de un megáfono va contando cada escena, los figurantes se mueven y la recreación toma vida. Pajes, reyes, Jesús, María y el Niño Jesús... hijos, hijas, padres, madres, abuelos y abuelas. Decenas y decenas de familias disfrutando de un belén viviente en un muerto viviente, el barrio de San Mateo.

La zona, que ansia planes de repoblación —los especialistas insisten en que es necesaria triplicar al menos la población de intramuros para poder optar a su revitalización—, espera tras décadas de ninguneo institucional. Es el tejido social de los barrios históricos el que promueve, con éxito, iniciativas que atraen a jerezanos de todas partes de la ciudad, como un coro —Voces de nuestro barrio—, que a través de la colaboración de la peña flamenca La Buena Gente vive la Navidad a la sombra nocturna de las palmeras de un desierto llamado intramuros.

Uno de los momentos de la Zambomba en San Mateo. FOTO: MANU GARCÍA.

La auténtica Zambomba Bien de Interés Cultural parece estar allí. Tras el anuncio de la ganadora de dulces navideños, una candela es encendida por los propios vecinos, y los vasitos de cream hacen el resto. Se canta, se baila y se vive. Pero no llena la plaza. Como un oasis que aparece y desaparece. Una realidad difícil de discernir con algún tipo de espejismo provocada por las inclemencias de caminar, sin protección, por medio de la nada en busca de un porvenir mejor.

 

Fotografías de Manu García

Sobre el autor:

Sebastián Chilla.

Sebastián Chilla

Jerez, 1992. Graduado en Historia por la Universidad de Sevilla. Máster de Profesorado en la Universidad de Granada. Periodista. Cuento historias y junto letras en lavozdelsur.es desde 2015. 

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