Las pagas, el tiempo, los cuidados y el plato de comida, que jubilados y pensionistas como Fina proporcionan a sus hijos y nietos son el colchón que amortigua los azotes de la crisis.

“Cuarenta años menos tres meses”. Cuarenta años menos tres meses ha trabajado de limpiadora, y lo dice como si tal cosa. El destello de sus ojos y el juvenil flequillo rubio que enmarca su rostro, no dejan adivinar a simple vista que a sus 68 años, Josefa Gallardo —Fina, como todos la llaman— haya dado a luz a ocho hijos, y criado a 15 nietos, trabajando desde mucho antes del amanecer y hasta media noche. Así un año tras otro durante cuatro décadas. Su andar complicado da alguna pista de ello, que pronto disipa con una extensa sonrisa. Esta expresión apenas la pierde cuando cuenta que en la actualidad, con una triste pensión, sigue dando de comer a los hijos que “le sobreviven” y que están en paro, a un hermano y a 15 nietos. Sí, ahora contra todo pronóstico, justo cuando le tocaba disfrutar del resto de su vida. Pero no le pesa.

Viuda desde hace años, en sus tiempos mozos ella y su marido vivían de lo que le daban las cabras. “Cada vez venían más hijos y ganábamos muy poco”, resume la súperabuela de carne y hueso. "Con todos los niños chicos” se marchaba de casa para ir a trabajar. Simultaneaba la limpieza de bodegas, centros educativos, hospitales, las escaleras de las comunidades de vecinos... “Me levantaba a las cuatro de la mañana, dejaba mi casa planteada. A la hora del desayuno venía, preparaba a los niños y los mandaba al colegio. Me iba otra vez a trabajar. Dieciséis horas al día limpiado, terminaba en un colegio a las doce de la noche”.

“Me levantaba a las cuatro de la mañana, dejaba mi casa planteada. A la hora del desayuno venía, preparaba a los niños y los mandaba al colegio. Me iba otra vez a trabajar. Dieciséis horas al día limpiado, terminaba en un colegio a las doce de la noche”

En la actualidad duermen bajo el mismo techo solo cuatro miembros de la familia: ella, su hermano, un hijo y un nieto. Este último y sus dos hermanos quedaron a cargo de esta súperabuela cuando su hija murió con 34 años víctima de un tumor, uno de los grandes varapalos emocionales al que se sobrepuso Fina. “Cada una vive en su casa, pero como la economía está muy mala…”. El impoluto refugio de esta jerezana, una vivienda social en el corazón de una de las barriadas más vulnerables de Jerez, es un continuo trajín de gente. Por las tardes, los niños van a entrenar a diferentes equipos. “Son todos futbolistas”, presume. Solo una hija trabaja como camarera de pisos en un hotel. A diario cinco o seis nietos se suman a la mesa y un par de días a la semana “nos juntamos por lo menos veinte”. “Ayudo en lo que puedo, a lo que alcanzo”, reconoce humildemente. Ella nunca ha necesitado la permanente ayuda de los servicios sociales, siempre ha trabajado —cuarenta años menos tres meses, que no se olvide—, en cambio sus hijos sí: “Muchas veces no han tenido nada para comer, la trabajadora social les ayuda, a veces no da ni los cheques".

Paqui, su primogénita, de 50 años, presume de madre generosa pese a la baja pensión con la que cuenta. “Ella lo da todo, compra un kilo de pescado para ella y compra también para todas. Cuando verdaderamente no tenemos qué comer, a veces coincide que todas hemos estado mal, nos venimos aquí y comemos todos: hijos, yernos y nietos”, explica. Fina resta importancia al papel esencial que ostenta en la familia, a ese milagro de estirar su paga o de multiplicar los garbanzos hasta lograr que tengan un plato de comida. “La olla se llena para todos si hay. Si no hay, no se echa”. La gran mujer de pelo rubio platino encarna el claro paradigma de abuela solidaria del que a diario medios extranjeros como el francés Le Monde se hacen eco. Esta publicación, al igual que otras muchas, analiza el rol fundamental que los mayores juegan en España como auténtica red de seguridad que alivian los devastadores efectos de la crisis. Les describe como “canguros, hosteleros, banqueros…”. Aunque Fina no es solo eso. La mayoría de los nietos la llaman omá, ni siquiera abuela. “Se han criado conmigo”, dice Fina a la que hace seis años convirtieron en bisabuela. “Para mí lo es todo. Yo no podría recurrir a nadie porque mis hermanas están como yo. Nos veríamos robando”.

Paqui, hija de Fina: “Para mí lo es todo. Yo no podría recurrir a nadie porque mis hermanas están como yo. Nos veríamos robando”

La estirpe de esta matriarca ha vivido episodios muy trágicos, más allá de llegar o no a final de mes, mucho más allá de tener algo a lo que dar un bocado. Cuando evoca otro desgraciado episodio que les marcó a todos, especialmente a ella, disminuye el tono de voz hasta ser casi inaudible: “He dado a luz a ocho hijos, ahora sobreviven seis. He pasado mucho, me mataron a un hijo con 29 años en la calle Salas, después de haberse curado de la droga. Hicimos manifestaciones y todo". No en vano, Paqui quien dejó de estudiar para cuidar a sus hermanos recalca la ayuda económica y moral que le aporta Fina. “Hay que luchar mucho, la vida está muy mala, lo mejor que tengo es que somos una familia muy unida, todos se llevan muy bien, que eso es mucho. Mis nietos me dicen que si a mí me pasa algo, a ellos les pasa igual”, cuenta la súperabuela sonrojada.

Hace 16 años que Fina no trabaja fuera de casa. Desde entonces está dedicada en cuerpo y alma a su familia y a extinguir la discriminación del barrio en el que todos sus miembros han crecido. No deja pasar la ocasión para resaltar la lucha que lleva a cabo como presidenta al frente de la asociación de mujeres Manos Abiertas Hacia el Futuro, de Estancia Barrera. A diario realiza actividades, asiste a charlas, se reúne con responsables de administraciones y organizaciones con el objetivo de denunciar las carencias y la dejadez de la zona, labor que sus compañeras le alaban. “Siempre hemos sido una barriada marginada, pero somos todos una piña”, igual que su familia, una piña por la que ha trabajado cuarenta años menos tres meses fuera de casa y por la que esta heroína de carne y hueso lucha para que no sufra los mayores estragos de la crisis.

A todos los abuelos, abuelas, padres y madres. Imprescindibles.

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María Luisa Parra

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