La tranquilidad de un pueblo en pleno intramuros jerezano

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“No pasan coches, casi apenas gente… ¿No oyes los pájaros? ¡Esto es una alegría!”. Ana Domínguez disfruta de su casi idílica vida en la calle —más bien callejón— Lepanto, a la espalda de la cuesta del Espíritu Santo y a tiro de piedra de la Catedral. Esta trabajadora del Ayuntamiento se estableció aquí con su expareja en 2004, tras cuatro años de permisos, licencias y obras en lo que había sido una casa de vecinos “llena de cuartichis”. Más que reformarla, hubo que rehabilitarla entera para sus nuevas funciones, ya que, entre otras cosas, la finca tuvo que dividirse en dos viviendas, ya que una amiga suya, Begoña quiso también mudarse al centro y aprovechó la conjetura para establecerse aquí también.

Así que lo que en principio pensó Ana que sería una obra de rehabilitación, acabó en algo mucho mayor, entre otras cosas porque hubo un gran imprevisto. “La fachada, al picar la pared para sanearla, se vino abajo. Nos quedamos con un solar”. Por cuestiones urbanísticas tuvieron que levantar otra “exactamente igual. Pero hubo otro problema. Los cimientos no eran buenos, así que al comenzar a construirla se empezó a rajar la pared del vecino. Tuvimos que cambiar todo el proyecto y reforzar los cimientos. Casi nos gastamos más dinero en todos estos extras que en la casa”.Ana afirma que su casa “no es nada del otro jueves”, pero exagera. Es muy coqueta y tiene además el carácter especial que imprimen las viviendas hechas al gusto de sus propietarios y de su arquitecto. Está construida en vertical, por lo que las escaleras son parte fundamental de la casa. Consta de sótano, dos plantas y terraza. El sótano está adaptado como salón, al que da un pequeño patio exterior que comparten con su vecina Begoña y en el que destaca una enorme buganvilla, que Ana reconoce que necesita una buena poda. En la planta baja, a la que se accede por calle Lepanto, está la cocina —“que hoy hubiera diseñado de otra manera, más blanca, más zen”— y una sala de estar. Subiendo las escaleras, en la primera planta están las habitaciones de la familia, mientras que la última es una enorme terraza que sobre todo disfrutan las mañanas soleadas de invierno y las noches de verano. Desde aquí se divisan unas bonitas vistas a la catedral, aunque antes eran mejores. “A los años de llegar aquí levantaron estos dos bloques —señala al frente— que nos tapan media iglesia y que yo creo que no tienen la altura que deberían tener, pero bueno…”.

A punto de alcanzar el medio siglo de vida, Ana afirma que “con la edad me he aburguesado un poco”. Antes de vivir en Lepanto lo hizo en la bulliciosa barriada de Los Naranjos. “Teníamos un espíritu más flower power. Lo elegimos porque nos gustaba vivir con la gente sencilla y normal, pero vivíamos en una plaza y con los años quisimos algo más tranquilo y con ese toque bohemio que da el centro, porque todo lo cultural se concentra aquí”. Tras mirar varios inmuebles, se decantaron por el de Lepanto porque se ajustaba mejor a sus necesidades y a su bolsillo. “Nadie se imagina la energía que hay que tener para levantar una casa de cero. Ahora no creo que lo volviera a hacer”.Para la vecina, lo mejor de vivir en el centro es “estar cerca de todo, sobre todo de lo cultural y de las bodegas, porque soy amante de los vinos”. En el lado contrario, echa en falta más plazas de aparcamiento, sobre todo en épocas como Cuaresma, Semana Santa y Navidad, cuando miles de personas llegan al centro. Sobre el estado de intramuros, reconoce que necesita una gran intervención. ¿Reflotará con plaza Belén y el prometido Museo Flamenco de Andalucía? “Siendo realistas es difícil creer que salga adelante. Todos los gobiernos traen buenas intenciones, pero no hay dinero para invertir. Lo que me da rabia es que engañen al pueblo con tantos proyectos”.

Después de trece años residiendo en Lepanto, Ana empieza a verle una pega a su casa. “Si hay algo que me invita a irme son tantas escaleras. Veo muchas barreras arquitectónicas y en un futuro no se si podría vivir aquí, porque no se puede adaptar a otras necesidades”.

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Jorge Miró

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