La jornada del viernes se desarrolla con normalidad en una ciudad que se transforma con la llegada de los miles de moteros que recibe por el Gran Premio.

Una vez al año, durante doce horas, está todo permitido. Lo que el resto de días es ilegal o está prohibido, ahora se puede hacer. El único límite es el uso de armas de destrucción masiva. La trama de la película The purge: la noche de las bestias, un trhiller de ciencia-ficción estadounidense estrenado en 2013, y dirigido por James DeMonaco, es parecida a lo que sucede en Jerez durante el fin de semana del Gran Premio. Sí, de acuerdo, es un símil bastante exagerado, pero con bastantes coincidencias. La ciudad acoge, anualmente, a decenas de miles de moteros que, llegados desde todos los puntos de España, e incluso de fuera de nuestras fronteras, invaden sus calles y, como a los protagonistas de The purge, se les permite hacer cosas que no son habituales. La motorada está ahora mucho más controlada que años atrás cuando, gymkana mediante, era casi imposible circular por la Avenida Álvaro Domecq, o por la de Europa. Esos tiempos quedaron atrás, ahora tienen su propio carril-moto para circular por las zonas más transitadas de la ciudad y, aunque con concesiones, no se les permite realizar las barbaridades de antaño. Por eso se cerró el centro, un par de años, para evitar incidentes graves. El dispositivo de seguridad, bien engrasado desde su puesta en funcionamiento, se encarga de que sea así. O por lo menos se intenta. Es inevitable algún suceso ante tal aglomeración de motos.

La del viernes es una jornada plácida. El tiempo acompaña, aunque con la caída de la noche es necesario abrigarse. Una pareja de moteros, con sus respectivos monos, y con los cascos en la mano, pasean agarrados de la mano por plena calle Larga. Más adelante, con suerte en algún bar, hay alguno más que ha parado a ‘repostar’. El ambiente, está claro, no llega al centro de la ciudad. Hay que alejarse un poco para oler a goma quemada y quedarse medio sordo con el ruido de los acelerones. La Avenida Álvaro Domecq se corta, efectivos policiales se encargan de controlar el tráfico y, mientras, cientos de jóvenes circulan en moto o beben, en plena calle, en lo que puede considerarse un digno sustituto del botellódromo, aunque solo durante el fin de semana del Gran Premio. Parecida estampa en la Avenida Lola Flores, y muchos moteros en las de Arcos y Europa, en el que es el póker de zonas con mayor movida de la ciudad.

Los jóvenes, en Álvaro Domecq, se mueven según el ruido. Donde hay un motero acelerando, ahí que acude un buen grupo a presenciar el espectáculo, que se ilumina con los flashes de los móviles. Todos quieren inmortalizar el momento. Muchas de esas fotos y vídeos, más pronto que tarde, estarán publicadas en alguna red social. Hay hasta quien se lleva el palo selfie para hacerse una foto junto a las motos que queman rueda. Una imagen irrepetible, claro. Recuerden: todo vale este fin de semana.  Los más veteranos, que presencian la escena, se van resignados: “Quiero oler a goma quemada, no esto”, dicen, y se van.

Los negocios, hoteleros y hosteleros, hacen su particular agosto y la ciudad casi agota las camas disponibles (ronda el 96% de ocupación), por lo que pocos son los que se quejan del ruido y las complicaciones para circular que supone la llegada de estos cientos de miles de moteros. Hay que aprovechar el tirón que sigue teniendo la que es considerada como la catedral de las motos. Por eso de las fachadas de los bares cuelgan banderas de todo tipo, de España, de Harley-Davidson… para atraer a moteros sedientos, que estarán en la ciudad hasta este domingo circulando, consumiendo y aportando a la paupérrima economía de una ciudad, y una provincia, que según estima la Junta recibe un impacto económico de 28 millones de euros gracias al Gran Premio. Parece que merece la pena aguantar la purga una vez al año.

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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