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Accedemos a la histórica bodega de Parra, cuyas puertas han sido forzadas recientemente, y a los abandonados inmuebles de la plaza Belén, desde donde jóvenes acceden, de manera temeraria, a la terraza del palacio de Montegil.

“Cualquier día se matará un chaval y entonces nos lamentaremos”. Fernando de la Quintana, vecino de la plaza de San Lucas, sabe de lo que habla. Frente a su domicilio, las ruinosas y abandonadas fincas que dan a plaza Belén, algunas de titularidad municipal y otras de una promotora inmobiliaria, ya no solo acogen a drogadictos, rateros de medio pelo y sin techo. En los últimos tiempos, adolescentes se juegan la vida para subir a la azotea del palacio de Montegil, algo que la asociación de vecinos del Centro Histórico ya ha denunciado también.

Hace décadas que estos inmuebles dejaron de estar habitados y, aunque se tapiaron en su momento, los vándalos y los amigos de lo ajeno, que buscan un lugar para esconder sus botines, volvieron a echar abajo los tabiques para poder campar a sus anchas por lo que hoy no son más que peligrosas ruinas de cubiertas frágiles y en peligro de derrumbe.En las casas vecinas a Montegil uno todavía se imagina la vida que podía haber en ellas. Vecinos de toda la vida del barrio recuerdan que aquí había tabancos, una panadería… “Parece mentira cómo se ha permitido esto”, señala Juanma, miembro de la asociación de vecinos del Centro Histórico, que visita estos inmuebles junto a lavozdelsur.es. En ambos todavía se divisan elementos arquitectónicos que, a primera vista, parecen más que interesantes. En uno de ellos, justo entrando a mano derecha, se divisan unas arcadas de piedra en lo que pudo ser un día una pequeña bodega. En el otro, un magnifico patio de columnas yace cubierto de basura y escombros.

En ambos edificios el vandalismo ha actuado. Algunas habitaciones lucen paredes y techos negros tras haber sido pasto del fuego y otras presentan agujeros porque alguien decidió en su día que les estorbaría. Vemos papeles de plata chamuscados, señal de que la heroína ha corrido también por aquí. Nos llama también la atención cómo en un ambiente tan hostil la naturaleza se ha abierto camino. Higueras de un tamaño ya considerable se cuelan por entre las ruinas para buscar el sol en las estancias que hace años dejaron de estar cubiertas.Nos preguntamos también por dónde acceden los chavales a la azotea de Montegil. No encontramos ningún camino seguro, así que nos reafirmamos en que se juegan literalmente la vida por los débiles tejados con tal de presumir de su hazaña. La inconsciencia propia de la edad, pensamos. Antes de salir, encontramos en una habitación decenas de películas en VHS. ¿Se robaron de algún videoclub? ¿Alguien las dejó allí a caso hecho ante la falta de espacio en su casa?

De plaza Belén nos desplazamos hasta Juana de Dios Lacoste. Hace unos días amaneció forzada la puerta de la antigua bodega de Parra, junto al histórico tabanco del Duque. El que, dicen, es uno de los cascos bodegueros más antiguos de la ciudad, no presenta a pesar de su abandono un estado tan ruinoso como nos esperábamos, aunque gran parte de sus primitivos techos de vigas de madera se han sustituido por otros de chapa. Algunas de esas vigas todavía se amontonan en una esquina, otras fueron robadas el pasado invierno para acabar pasto de las llamas en alguna chimenea, nos dice otro vecino, que denunció los hechos a la Policía al pillarlos in fraganti. El tabanco del Duque —lo que queda de él— sigue esperando tiempos mejores. Una pila de ladrillos se acumulan junto a la pared, señal de que el Ayuntamiento, en su día, quiso meterle mano. Hoy, casi cubiertos por los matojos, nadie diría que se van a emplear para rehabilitar ese lugar.“¿Por qué no se obliga a los propietarios de los inmuebles a que actúen para evitar este tipo de situaciones? Frente a proyectos que no dejan de serlo nunca, la realidad es esta. ¿Qué confianza se puede llegar a tener en que va a cambiar la situación?”, lamenta Alejandro González, presidente de la asociación vecinal del Centro Histórico. Parafraseando a Dylan, solo cabe responderle: “The answer, my friend, is blowind in the wind…”. 

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Jorge Miró

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