Uno de los bomberos intervinientes en el incendio de San Ginés relata las dificultades por las que pasaron por la escasez de efectivos y materiales.

Diego Fernández, de 43 años, ha vivido muchas situaciones difíciles desde que entrara en el cuerpo de bomberos con 28, pero como la de la noche de este pasado domingo, durante un rescate en la barriada de San Ginés, pocas. “Fue crítica. Con la escasez de medios y de personal que tenemos, la sacamos por nuestra experiencia. Eso le coge a un compañero joven y hay víctimas”, afirma categórico.

19:05 horas del domingo 27 de noviembre. La sala del servicio recibe una llamada de emergencia alertando de un incendio en un bloque de pisos en la avenida Federico García Lorca. Los bomberos tardan apenas cuatro minutos en llegar. Lo hacen seis de los ocho compañeros que están de guardia (obviamente el parque no puede quedarse sin efectivos). Un dato. En 2006 las guardias en el parque jerezano se cubrían con doce hombres. En aquella época se calculaba que para que la ciudad estuviera cubierta de manera “decente”, el mínimo debían ser 20. Ya entonces el déficit era de ocho. Hoy es de doce, y con un cuerpo diez años más veterano, con una media de edad superior a los 40 años. "Jerez está pagando al Consorcio por contar con 60 bomberos, diez más de los que hay ahora".

Cuando los efectivos llegan al lugar, el panorama es caótico. Una multitud de personas arremolinada en torno al bloque, el fulgor de las llamas desde las ventanas, una inmensa columna de humo y una mujer, hija de una de las atrapadas, llorando desconsoladamente en la plaza. Algunos vecinos, incluso, piden celeridad a los bomberos.

Aquí es cuando hace falta citar otro dato. "Existe un protocolo estándar que dice que, por piso y sin rescate, solo extinción, deben intervenir mínimo seis bomberos. Ayer, descontando al conductor del vehículo y al jefe de grupo, que se encargaba de dirigir la operación, éramos cuatro". A eso hay que sumar que hubo que actuar en dos pisos, uno de ellos ardiendo, y con dos personas para rescatar. “Allí tendríamos que haber sido, mínimo, doce, los que no tenemos ni siquiera de guardia”.

La situación es crítica. Mientras dos bomberos proceden a extinguir el fuego, un hombre, desde el bloque, advierte que se va a tirar al vacío ya que se está asfixiando. Diego, ante la situación, aun ejerciendo de conductor, toma la iniciativa de montarse en la escala para rescatarlo.

Tercer dato. La auto escala automática, que costó unos 720.000 euros en 2006, lleva desde que la adquirió el Consorcio Provincial sin pasar mantenimiento alguno por la empresa alemana que la construyó. Esto hace que su moderna tecnología empiece ya a resentirse. “Son fallos de hardware y se nos bloquea constantemente. En los partes de servicio lo indicamos, pero no sirven de nada”.La escala empieza a subir, pero pronto se queda bloqueada y se para. Hay un fallo entre la ‘canasta’, donde está Diego y la consola de mandos, donde hay otro compañero. El sistema de comunicación interno tampoco funciona, por lo que uno y otro tienen que comunicarse a gritos en un lugar donde apenas se oye nada por el sonido ambiente. Es el compañero que está en la consola el que entonces maneja desde abajo la escala hasta que el problema se solventa. Aun así, la máquina se bloquearía otras tres veces más. Peligroso hándicap en una situación como esta.

Una vez rescatada a la persona desde la ventana, se la desciende por la autoescala y es entonces cuando se procede a acceder a la vivienda para socorrer a su anciana madre. “Entramos en un ambiente donde no se veía nada a 15 ó 20 centímetros a causa del humo”. Localizada la mujer, le insuflan oxígeno a través de una máscara, que debe compartir con el otro bombero interviniente. “Si tardamos 20 segundos más habría muerto. Salimos por los pelos. Fue justo salir del piso y quedarse sin aire”, admite Diego.

Otro dato. El cuarto: “Los equipos de comunicación interno (walkies) no funcionaban, porque son viejos y estaban mermados de batería. Nos comunicábamos a gritos con los cascos puestos”.

Finalmente ocho personas tuvieron que ser atendidas por inhalación de humo, entre ellos varios policías locales que tuvieron que echar una mano. Diego sabe que ayer la muerte sobrevoló el bloque de San Ginés. Corrieron peligro sus vidas y las de los atrapados. Y aunque eso viene aparejado con su profesión, no lo es que no cuenten con los medios suficientes. El parque jerezano ha perdido por jubilación a ocho bomberos en los últimos años. En los próximos serán otros ocho o diez. A eso hay que sumarle bajas laborales y días libres y vacaciones, sin olvidar de la edad de sus miembros. “Yo, que tengo 43 años, soy de los más jóvenes. Aquí hay compañeros que ya no cumplen los 50. No hay interinos. La ventaja es que tenemos muchos incendios a la espalda, somos muy veteranos, pero somos gente mayor. No se puede comparar una persona con 40 ó 50 años con alguien de veintitantos como cuando yo entré”.

Horas después del incendio, el Consorcio Provincial emitiría un comunicado en el que informaba de que en total se habían desplazado “un total de 18 bomberos”. Diego critica que en estas comunicaciones no se especifique toda la información. “Es verdad que luego llegaron más compañeros de refuerzo, pero para controlar la situación. Interviniendo y rescatando fuimos cuatro”.

Un último dato. El quinto. Apenas se habían empezado a recuperar de la tensión de los rescates cuando otra llamada les hacía desplazarse a plaza Belén para sofocar un fuego en una casa deshabitada. “Tuve que decirle a un compañero que condujera él, yo no tenía ya fuerzas”, explica Diego. Esta noche volverá a estar de guardia.

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Jorge Miró

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