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La Rotonda. Un año después: balance de luces y sombras del gobierno más minoritario de la historia democrática jerezana.

En los resultados electorales de las municipales de hace un año casi 51.000 jerezanos dijeron que tocaba un cambio político en la ciudad y que el gobierno de Pelayo y del PP, a los que dieron su apoyo otros 30.752, debía pasar a la historia. Después de dos mayorías absolutas en manos del bipartidismo, se abría una nueva era de negociación y diálogo forzoso. Como por otra parte en casi todas las grandes ciudades españolas, con muchas de las capitales gobernadas por los llamados ayuntamientos del cambio (Carmena, Colau, José María González Kichi…). Una agrupación de electores surgida de Podemos, movimientos sociales y el 15M, Ganemos Jerez —de menos a más en este año—, obtenía cinco representantes en la Corporación y se convertía en decisiva.

La socialista Mamen Sánchez, que trató hasta el final de pactar un gobierno entre esta formación municipalista e Izquierda Unida —que mantuvo el tipo logrando dos ediles—, se convirtió en alcaldesa gracias a un apoyo puntual de ambas a su investidura. Ciudadanos, que también ha ido asentándose desde una postura moderada, menos conservadora de lo que se le presuponía, se limitó a votarse a sí mismo y a esperar lo que daba de sí el concierto nacional. Aquello no fue fácil en absoluto para la alcaldesa. El embrollo de las negociaciones con grabadora jugó tan malas pasadas como aquel anuncio de la propia Sánchez en la que aseguró que gobernar con siete era engañar a los jerezanos. Aún resuenan en el edificio de los sindicatos los gritos de la secretaria general del PSOE en Jerez, Miriam Alconchel, tratando de parar esa “locura”. Y en paralelo, las llamadas de Mamen a Susana Díaz. “Me animaste a que me presentara, autoriza que sea alcaldesa, la gente ha pedido que Pelayo no siga”, se supone que le decía.

Con solo siete concejales, conformaban el gobierno más reducido de la historia democrática local, ya que incluso a las primeras de cambio Isabel Armario renunciaba a sus cargos a nivel municipal y se marchaba a Diputación por desavenencias internas. Coordinadora de la campaña de Mamen, nunca hubo feeling entre Armario, mujer de Alconchel —pero sobre todo una política de partido—, y la alcaldesa, por lo que directamente fue invitada a centrarse "en exclusiva" en Diputación. Quedaban entonces seis concejales socialistas para dibujar los próximos cuatro años de la quinta ciudad andaluza en población. Desde entonces, quienes han defendido al ejecutivo local han justificado sus errores en el hecho de que “son muy pocos”; y han aplaudido sus aciertos asegurando que “...y eso que son pocos”. En la acera de enfrente, muchos creían que era “ridículo” gobernar en tan franca minoría y, un año después, siguen pensando que “es imposible aguantar así los tres años restantes”. "Esto va a acabar como el rosario de la Aurora", dramatiza incluso un conocido socialista jerezano hace unos días. Pero están aguantando. Esa es la realidad un año después. Por ahora, eso sí, solo están aguantando. Y lo están haciendo frente a una ciudad resquebrajada, dividida, y que solo muy poco a poco comienza a recobrar el orgullo y la autoestima perdida.

Están aguantando. Y lo están haciendo frente a una ciudad resquebrajada, dividida, y que solo muy poco a poco comienza a recobrar la autoestima perdida

Muy lejos del control del partido a nivel local, proclive a Pedro Sánchez en la autonomía donde todo aquel con carné del PSOE debe ser susanista, Mamen Sánchez ha empezado a asimilar el cargo. “A los alcaldes los pone y los quita el pueblo”, dicen sus colaboradores, como aviso a navegantes por si alguien, propio o extraño, quiere moverle el sillón. Con un año político marcado por las dobles elecciones generales, con unos socios de investidura que dan cal y arena pero no amenazan, y con un PP que supera la trama de la Gürtel en doble crisis de liderazgo y generacional —¿cuándo será el momento de Saldaña?—, apenas el regreso de la bronca sindical ha alterado la normalidad (por decir algo, ya me entienden) de la gestión municipal.

El SIP y la CGT han inaugurado de facto el mandato con un aluvión de protestas para mantener sus nóminas intactas. Pintadas, insultos, amenazas, agresiones… “Otros gobiernos agacharon la cabeza y mantuvieron sus privilegios, pero esta táctica ya no les va a dar resultado”, mantiene firme públicamente la regidora. Tras un año de tanteo, después de una investidura atropellada donde ni siquiera el PP facilitó el traspaso de poderes —insiste en negar la legitimidad del gobierno actual—, Mamen Sánchez empieza a ejercer el cargo para que el status quo de décadas comience a cambiar en Jerez o para que, en el peor de los casos, más pronto que tarde todo sea un espejismo.

“A los alcaldes los pone y los quita el pueblo”, dicen sus colaboradores, como aviso a navegantes por si alguien, propio o extraño, quiere moverle el sillón

En plena polémica por una querella que ha interpuesto contra dos compañeros de partido por presuntas injurias durante la campaña para las municipales, Santiago Galván —del ala Alconchel— descarta hacer valoraciones sobre la enésima polémica interna socialista, y asegura estar absorbido por la confección del Presupuesto municipal de 2016. “Tengo mucho que sacar adelante”, dice vía Whatsapp. Tras dos años consecutivos con presupuestos prorrogados —una anomalía inédita e insólita para un gobierno en mayoría absoluta, como tuvo el PP—, el teniente de alcaldesa de Economía y Hacienda insiste en la necesidad de aprobar antes de las vacaciones de agosto las cuentas para el año en curso. “Es imprescindible. Ya es hora de poner orden”, dice ensalzando además al equipo técnico de Economía, en el que, cuentan fuentes municipales, “quedan muchos de la etapa del PP”. ¿Será verdad qué se ha acabado el sectarismo en el Ayuntamiento? Aún es muy pronto para saberlo.

Como la de Galván, la agenda de Carmen Collado, responsable de Acción Social, es frenética: “A todas las reuniones de primera hora llego puntual, pero luego se va complicando el día y ya es imposible. Son muchas delegaciones”, admite. Desde que accedió al cargo no ha habido que lamentar ningún desahucio en la ciudad, aunque la falta de viviendas sociales es muy preocupante y los casos de exclusión son alarmantes en la gran población con más paro de España —no se baja de los 30.000 desempleados—. Por no hablar de la rémora de personal que sufre Bienestar Social, una de las delegaciones más afectadas por el ERE que promovió el gobierno de Pelayo en el anterior mandato. “Vamos a dejar una ciudad mucho mejor que la que hemos encontrado. Yo siempre soy positiva, en mi vida he pasado por todo”, relata. Hablando del arbitrario ERE municipal, la situación de un centenar de afectados sigue sin resolverse un año después de la promesa electoral de Sánchez. Los plazos se han ido agotando, la situación de desesperación de los afectados no ha dejado de ir en aumento y, sumidos en una profunda división interna, solo aguardan a que el gobierno cumpla su palabra.

Fue el ERE, por cierto, el que desencadenó un amago de dimisión de Laura Álvarez, mano derecha de la alcaldesa, a principios de año. Un comentario de Galván a los afectados asegurando que si fuera por él se firmaban las readmisiones sin más dilación, provocó un cisma que finalmente no desembocó en crisis de gobierno, pero sí en el mantenimiento de la inestabilidad interna que arrastra un equipo de gobierno de "cuatro y tres", como lo denominan algunos en el PSOE provincial. Realmente, entre esas dos secciones en el seno del ejecutivo, hay una bisagra entre Paco Camas y José Antonio Díaz. El primero va más bien "por libre" y "gusta mucho de la foto", afirman algunos con no poca mala baba, mientras que el segundo es fontanero de partido y esforzado gestor —y buen vendedor de su gestión en las redes sociales— en parcelas que incumben a una ciudad con unos barrios con servicios públicos bajo mínimos y con enormes carencias urbanas.

Como Trías en Barcelona, Teófila en Cádiz o Gallardón-Botella en Madrid, Pelayo tiró del 'hágase lo que se deba y débase lo que se haga' para ganar las elecciones

Con esta radiografía entre lo político y lo humano, quizás pueda intuirse la complejidad de los primeros doce meses de gobierno socialista en Jerez tras el paréntesis popular de los últimos cuatro años. Complejidad en la forma y en el fondo, en el cambio y en el no cambio. Ni que decir tiene desde luego que han sido varias y comprometidas las "bolas de fuego", como alguna vez las ha llamado Díaz, que ha dejado el PP: caos en las cuentas de Villamarta y Circuito —bien resuelto, parece, lo primero; y en el aire lo segundo—; la duplicación de la zona azul que paralizó el PP antes de las municipales; la ausencia de aplicación de las 37,5 horas que marca la ley para la jornada laboral en el Ayuntamiento aparejada de una reducción del 5% en gasto de personal ordenada por Hacienda; la parálisis e inoperancia del Consejo Social para buscar soluciones desde lo local a la lacra del paro... Como Trías en Barcelona, Teófila en Cádiz o Gallardón-Botella en Madrid, Pelayo tiró especialmente en sus dos últimos años del hágase lo que se deba y débase lo que se haga  —por ejemplo gastar en dos años el dinero por la venta del agua que debía servir para 25— para ganar las siguientes elecciones. No logró su objetivo —al menos no le valió para seguir gobernando—, pero sin duda sí contribuyó a hipotecar aún más la gestión de un ya de por sí hipotecado Ayuntamiento.

Intervenido por Hacienda, las posibilidades de innovar y salir del más de lo mismo se han reducido en este año a la mínima expresión. La propia Sánchez siempre ha dicho que hasta que no apruebe su primer Presupuesto municipal no podrá verse el giro en la distribución de las partidas y el cambio en las prioridades del Consistorio. Sin dinero, hay un mayor esfuerzo por la transparencia —se ha inaugurado el portal del Ayuntamiento, muy precario— y parece que por ahora, probablemente influido por su minoría, es un gobierno cercano y receptivo. Además, el acuerdo de investidura exigió bajadas de sueldo para los políticos, recortes en asignaciones a los grupos políticos y la creación de una comisión ciudadana de auditoría de la deuda. Hasta ahora, ha habido un cóctel de muchas ideas —algunas no demasiado novedosas, ni brillantes— y buenas intenciones remezclado con escasas concreciones y verdaderos planes estratégicos que den un giro de 180 grados al porvenir de una ciudad que lleva ya demasiado tiempo esperando un verdadero cambio. 

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