Lucero, el horror de la Inquisición en Jerez. En Jerez, el más famoso delegado de la Inquisición, o Santo Oficio, se llamaba Lucero y tenía como ayudantes a dos frailes de Santo Domingo, que formaban tribunal y que se llamaban Fr. Pedro de Jayna y Fr. Mateo de Jerez (H. Sancho: Historia Social de Jerez, III, p. 65-68), mano izquierda y derecha en Jerez de uno de los tribunales más violentos que viera jamás la historia de España. Aunque la actuación de la Inquisición en Jerez es un asunto de nuestra historia poco estudiado, se habla de la existencia de mazmorras de tortura (existencia que H. Sancho pone en duda) en los sótanos del convento de Santo Domingo. Lo que se sabe a ciencia cierta es que la represión fue considerable, pues así lo atestiguan los "numerosos bienes adjudicados a monasterios, hospitales y obras pías, como a particulares" (H. Sancho, III, p. 67). En las Actas Capitulares del s. XV constan dos casos interesantes de concejales (¿judíos?) quemados en la plaza pública. Uno es el del jurado Pedro de Carmona, en 1492, y otro el del jurado Manuel Fernández de Carmona, quemado en 1496 "en estatua". El asesinato del alcalde Juan García de Castro. Durante toda la Baja Edad Media la aristocracia local, que manipulaba por completo el Ayuntamiento, trató de desentenderse -con frecuencia de manera violenta- del control de los corregidores, es decir, de los representantes del Rey en la ciudad. La apasionada oposición a los corregidores protagonizó, en buena medida, la vida política local durante todo este período y tuvo varios momentos en que las diferencias se resolvieron a navajazos. Este es el caso del acuchillamiento de Juan García de Castro, un juez que el corregidor Tristán Daza había nombrado al margen de la opinión de los concejales -regidores y jurados- del momento. En 6 de marzo de 1458 Gonzalo Pérez de Gallegos, Martín González y Pedro de Vera el Bermejo, acuchillaron a Juan García de Castro, advirtiendo el Cabildo al representante real que se fuera de la ciudad si no quería seguir la misma suerte... El asunto llegó, claro, a oídos del Rey. Nada grave, no obstante, sucedió a los exaltados jerezanos que, el día 5 de mayo (Juan García de Castro se había salvado de la agresión anterior), entraron en la cárcel real de la ciudad y le cortaron la cabeza al juez. Después vino un pesquisidor del rey a la ciudad... pero no se sabe que nada les ocurriera a los que perpetraron el brutal atentado. Una imagen de la Santa Inquisición. Una historia semejante volvió a ocurrir con el asesinato del regidor Martín Dávila en 1524. Esta vez, sin embargo, recayeron sendas sentencias de muerte en las personas de Germán Ruiz Cabeza de Vaca, Juan de Medina y Pedro Núñez. En Jerez la vida política, alejada por completo de nuestras actuales ideas democráticas (o más o menos democráticas), era un complicado juego de amenazas y equilibrios delicados entre las clases pudientes -que pugnaban entre sí para hacerse con la mayor parte del botín posible- y las clases menesterosas (artesanos, jornaleros, etc.) que se rebelaban continuamente contra los caballeros veinticuatros en busca de mejores condiciones fiscales, trabajo, abastecimientos de productos de primera necesidad, etc. Juegos de cañas y luchas de bandos. La aristocracia de Jerez, gobernada directamente por el Conde de Arcos y por el Duque de Medina Sidonia, grandes nobles enfrentados entre sí, tuvo durante mucho tiempo la costumbre de jugar cañas en las plazas públicas de la ciudad. Los grupos de jugadores (que representaban, desde el punto de vista político, a pelotones armados al servicio de los caballeros cabeza de bando) se enfrentaban a caballo en la plaza del Arenal blandiendo unas largas cañas que, en ocasiones, produjeron muertes que, a su vez, generaron más disturbios urbanos. Pero, ¿por qué peleaban entre sí? Pues, sobre todo, por controlar las cuentas y los cargos municipales, cosa que les permitía, por citar un ejemplo, arrendar dehesas, pastos y otros bienes municipales a determinados (y ventajosos) precios, además de intentar autoeximirse del pago de los enojosos y múltiples impuestos concejiles, por citar otro ejemplo. Los juegos de cañas, más que entrenamiento para la guerra, reflejaban una realidad política muy polarizada y violenta donde la ley del ojo por ojo y diente por diente estaba, según H. Pirenne (Las ciudades de la Edad Media), a la orden del día. Según H. Sancho, los Villavicencio y su bando, vestidos de color colorado y blanco, apoyaban al Duque de Medina Sidonia. Los Dávila y su bando, vestidos de morado y amarillo, apoyaban a la casa de Arcos. Los primeros, los del bando de arriba, se colocaban en el Alcázar, y los segundos, los del puesto de abajo, junto a la Puerta del Real, en el acceso a la actual calle Consistorio. Una parte de la política local, como hemos dicho, se resolvía por entonces a caballo y cañazo... un juego con la muerte, unas actitudes violentas que, no obstante, exigían una dramatización colorista, un juego escénico, una representación teatral, cuyo marco perfecto eran estos enfrentamientos a caballo. Esclavos. Se va conociendo más, gracias al trabajo de investigadores como José A. Mingorance, acerca de la población esclava en Jerez. Es de suponer que el número de esclavos y esclavas crecería notablemente desde mediados del siglo XV hasta finales del siglo XVI. Que no debían ser pocos lo demuestra el hecho de que, en 1464 y según transcripción del que fue archivero municipal Antonio María Fernández Formentani, estos "esclavos negros e blancos (para facer) fiestas se juntaban, e con panderos, tabales e otros estromentos, facian (escandalos) e bollicios... e se ferian unos a otros, e aun ferian a otros vecinos desta cibdad...". Es curioso, y quizás significativo, que la mayoría de las medidas de orden público dictadas por el Ayuntamiento de la época tuvieran como objetivo, precisamente, impedir que los esclavos se juntasen en grupos mayores de diez. Que no debían ser pocos lo prueba también el hecho de que los negros habían fundado, con consentimiento de las autoridades católicas de la época, una cofradía en Santo Domingo.

Cristóbal Orellana González (Archivero municipal de Jerez)

Sobre el autor:

Cristóbal Orellana.

Cristóbal Orellana

Licenciado en Filosofía (US), Diplomado en Geografía e Historia (UNED), Máster en Archivística (US), Máster en Cultura de Paz y Conflictos (UCA), de profesión archivero, de militancia pacifista, de vocación libertario, pasajero de un mundo a la deriva.

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